En mi primera pretemporada en el Dépor teníamos la costumbre de que en las cenas hablaran los nuevos o los más jóvenes. El día que le tocó el turno a Álex me lanzó una picada con timidez, pero intención: «Ojalá este año se dé una buena temporada y pueda debutar con el primer equipo», dijo sonriendo y mirando hacia mí. Llevaba varios años haciendo la pretemporada y nunca conseguía quedarse y jugar. Esa fue la mayor queja que tuve nunca de Álex. Define su forma de ser. El típico jugador que le gusta a todo entrenador. Un excelente profesional al que siempre pones de ejemplo.
Su éxito está en que es constante, perseverante. Tácticamente es muy bueno. Cumple a la perfección lo que le encomiendas. Es listo. Ayuda al compañero. Lo hace mejor. Es el complemento ideal de cualquier futbolista. Quizá no sea un siete en nada, pero es un cinco en todo. Es muy competitivo y regular.
Conmigo empezó a jugar porque se dieron las circunstancias de lesiones, tarjetas... Pero lo hizo tan bien que ya no volvió a salir del equipo. Creo que poca gente, o nadie, puede hablar mal de él porque es una gran persona y un jugador superprofesional.
Recuerdo el día de su primer gol con el Dépor en Primera. Fue uno de los partidos más bonitos que recuerdo. Y eso que perdimos. Aquel Barça de mi admirado Tito Vilanova. Hacía mucho que nadie le metía cuatro goles y nosotros lo conseguimos. Fue una pena porque pudimos incluso llegar a empatar. Pero creo que, pese al resultado, todo el mundo disfrutó.