La encrucijada familiar de Loreto López

Pablo Varela Varela
Pablo Varela OURENSE

SOCIEDAD

MIGUEL VILLAR

Una familia de Reza en la que todos sus miembros han dado positivo busca la fórmula para poder cuidar de la abuela

24 abr 2020 . Actualizado a las 20:18 h.

El miércoles 1 de abril, Ángel y Marisa y la hija de ambos, Loreto López, se encontraron en el balcón de su vivienda, juntos por primera vez desde hacía una semana. Y no exactamente juntos, sino guardando metro y medio de distancia entre cada uno. Podría ser un alivio momentáneo dentro de la cuarentena que mantienen en su casa de Reza (Ourense), pero también refleja su impotencia, la de una familia que fue recibiendo en estos días un goteo de resultados positivos en coronavirus cuando ya se encontraban aislados en habitaciones individuales.

La última noticia la conocieron el pasado jueves: Loreto, la hija, y Ángel, su padre, también están infectados. Fue solo un día después de que les enviasen la notificación de que la madre, Marisa, y la abuela Mari Carmen estaban contagiadas. Sospechan que el origen de todo pudo ser una comida de sanitarios del ourensano centro de salud de A Ponte. Marisa, de 70 años y enfermera ya jubilada, trabajó allí durante la mitad de su vida. «Me invitaron a participar en la despedida de un médico que se retiraba. Éramos unas 28 personas. De todas ellas, creo que estamos infectadas 14», cuenta.

Tras mostrar los primeros síntomas, se recluyó en uno de los cuartos de casa. Pero quedaba un frente abierto: hacerse cargo de su madre, que padeció un ictus en octubre pasado. Para Marisa, el confinamiento de estas semanas no resulta extraño, porque lleva desde octubre ayudando a la anciana, que apenas puede pronunciar algunos monosílabos. Nada más intuir que padecía el virus, su hija Loreto tomó el testigo en estas tareas. «Cuando el médico les confirmó por teléfono que podían ser víctimas de la enfermedad, me vine directamente para casa de mis padres», recuerda Loreto.

Desde entonces han pasado casi quince días. Mucho ha ido cambiando el panorama. Al principio, la hija se asomaba por las puertas de cada habitación para saber cómo les iba. Pero con el paso del tiempo también variaron las pautas y afloró la ansiedad. «Al ser sanitaria -explica Marisa-, yo le doy algunas indicaciones a Loreto para que lleve los cuidados con la abuela, porque es una persona muy dependiente y no tengo fuerzas para ayudarle».

Loreto, consciente de la incapacidad de su madre, muestra a veces una voz algo más fatigada al hablar por teléfono. Porque al final, mucha de su carga es mental y no física. «Ella ve que yo estoy con todo esto y le genera inquietud, porque mi madre siempre fue una mujer tremendamente activa. Y ahora, de lo poco que puede hacer es ver la televisión y jugar al Candy Crush», dice. En ocasiones, y por las dimensiones de la casa, se comunican por el teléfono móvil para no dejarse la voz entre los tabiques.

Para matar los ratos, Loreto está dando de comer a las gallinas que hay en la finca trasera de la casa. Hace semanas no se imaginaba así. Tampoco poniendo una distancia de casi dos metros entre su marido y ella, como le pasó hace unos días. Él se acercó a Reza para llevarles algo de comida y ahí aparecieron los actos reflejos, como el beso. «Fue fruto de la rutina de pareja. Y me tuve que apartar, porque él no tiene síntomas. Le salió así y al momento lo entendimos, porque es lo normal», relata Loreto.

Al volver dentro de la casa, se topó con la realidad: no puede mantener contacto directo con sus seres queridos, pero tampoco echarse a un lado. El aislamiento, el primer acto preventivo contra el contagio, dejaba a su abuela en una situación de vulnerabilidad directa, porque exige cuidados diarios y la obliga a entrar en su habitación cada mañana. Y sus padres, cada uno dentro de su cuarto, se topaban la bandeja de comida ante la puerta tres veces al día porque tampoco podían salir mientras no supiesen a ciencia cierta si estaban infectados.

Tras recibir la noticia de que todos habían caído, Loreto se puso en marcha. Está pendiente de que el área de medicina preventiva del CHUO le dé una indicación de cómo proceder con Mari Carmen. No presenta ni unas décimas de fiebre, pero su edad (tiene 88 años) hace temer a la familia. Mientras, su nieta ha encontrado un parche temporal adaptando bolsas de basura para hacer trajes con los que accede a la habitación. «La abuela tiene sus momentos de lucidez, pero no es realmente consciente de lo que pasa y -dice- está más veces allá que aquí».