Lenguas y acentos

SOCIEDAD

Pinto&Chinto

Una de las cosas que más me divierten en las reuniones internacionales es averiguar por el acento de qué país son los que hablan

25 oct 2015 . Actualizado a las 10:11 h.

Una de las cosas que más me divierten en las reuniones internacionales donde están representados muchos países es averiguar por el acento de qué país son los que hablan y esto, en general, es fácil en Europa. Italianos, griegos, alemanes, franceses, noruegos, portugueses o de cualquier país, todos llevan en el acento una seña de identidad que, por muy perfecto que sea su inglés, delata su origen sin problema. En países con diferencias regionales importantes como el Reino Unido, igual que aquí cuando el que habla es español, con dos palabras que diga sabemos si es vasco, gallego, catalán, andaluz o canario, si conoces bien el país del orador, hasta puedes averiguar de dónde es exactamente. En la mayoría de los países hay más lenguas y acentos de lo que pensamos y a mí esta diversidad lingüística y fonética me encanta, y creo que es un valor cultural que debemos preservar a toda costa.

Aquí, como tantos de nosotros, empleo indistintamente mis lenguas paterna y materna, el gallego y el castellano, y mis charlas divulgativas en Galicia siempre las doy en gallego, como es natural. En el resto de España hablo en castellano y en la mayor parte de las reuniones y conferencias empleo el inglés, que es la lengua de la ciencia. Por eso prácticamente todo lo que escribo lo hago en ese idioma, que utilizo a diario. En Francia intento recuperar mi oxidado francés en mis charlas, porque son tan chauvinistas que te ganas ya al auditorio solo con intentarlo. En Brasil y Portugal empleo el gallego con alguna palabra de cortesía en portugués y en Italia siempre les pregunto antes de la conferencias si quieren que les hable en inglés o en mi itañolo y, como tienen tantas dificultades con el inglés como nosotros, siempre me responden que en itañolo, que es una mezcla que empieza siendo un 70 % italiano y acaba siendo una mezcla a partes iguales de gallego, castellano e italiano que les hace mucha gracia y no tienen problemas para entender.

Pero todas estas lenguas las hablo con el único acento que tengo, que es el gallego, y envidio a mi amigo Xavier Alcalá, quien, además de hablar varios idiomas, imita cualquier acento, y a mi hijo Guille cuando habla portugués o a mi hija Mar, que puede imitar hasta el acento australiano cuando habla inglés.

El mezclar tantas lenguas lleva inevitablemente a malentendidos. Ya de niños desconcertábamos en casa a mi madre, vallisoletana, cuando al acabar de comer decíamos «¡qué bien comí!», y ella nos preguntaba invariablemente cuándo, ya que deberíamos decir «¡qué bien he comido!». Siempre recuerdo cuando de pequeño en Castilla fui a buscar leche a la tienda que no era y como, claro, no la tenían, pregunté «¿y luego?». Y la contestación del empleado, «luego, tampoco», me pareció muy maleducada, porque mientras para nosotros «¿y luego?» es «¿y por qué?», para ellos es «¿y después?».

Y es que hay también palabras con significados contradictorios en otros idiomas que ya me podrían explicar los lingüistas por qué evolucionaron de modo tan distinto. Así, como los gallegos en general sabemos, si te invitan a comer en Portugal o Brasil no puedes decir que la comida es «exquisita» porque allí eso significa «malo y raro» y se pueden ofender; en cambio, si dices «espantoso», quedas de maravilla, porque significa «genial». En muchos países de Latinoamérica ya no sé cómo sustituir la palabra «coger», e inevitablemente «cojo» autobuses, bolígrafos, personas y gripes, y se parten de risa con algunas de las cosas que somos capaces de coger.

Pero donde más vergüenza pasé, y aún me pongo colorado al recordarlo, fue hace ya años con una amiga inglesa que nos vino a visitar y con la que me puse a jugar al tenis de mesa. Para animarla, quería decirle que su revés era muy bueno, pero con mi inglés autodidacta utilizaba la palabra backside (culo) en vez de backhand, y no paraba de decirle que su backside era de alucine, que lo tenía perfecto y que nunca había visto nada mejor. Más tarde, entre risas, me confesaba que al principio pensó que los españoles éramos así de ligones, pero que, como insistía tanto, estuvo a punto de salir corriendo pensando que era un violador en potencia o algo así.

No puedo acabar sin recordar a mi amiga Leonor, una investigadora portuguesa muy brillante con la que compartí unas charlas en Brasil. El portugués que hablan en Portugal es fonéticamente muy complejo, pero el de Brasil es mucho más sencillo, parecido al gallego. Como Leonor tiene un acento lisboeta muy cerrado, en Brasil algunos la entendían muy mal y pensaban que ella era la gallega y yo, el portugués, lo que la enfadaba mucho. El colmo fue en el aeropuerto, volviendo los dos, cuando hablando el uno con el otro, ella en portugués y yo en gallego, la empleada que nos atendía nos dijo en perfecto inglés: «Lo siento, tenían asientos de emergencia, pero les tengo que poner atrás porque ahí solo pueden ir los pasajeros cuya lengua materna sea el portugués». Ella no dijo una palabra, cogió las tarjetas de embarque y después me soltó toda «chateada»: «Estes brasileiros até não sabem que o português vem de Portugal».