La madre, una mujer de 36 años, nació sin el órgano por una afección genética
04 oct 2014 . Actualizado a las 21:15 h.Vincent nació con casi 1,8 kilos y 40 centímetros de altura. Nada excepcional en un parto prematuro a las 32 semanas de gestación, pero el menudo y aún frágil bebé ha supuesto un paso de gigante en la medicina reproductiva. Es el primero de la historia que nace de una madre a la que le han trasplantado un útero, un hito científico que será presentado hoy en la revista Lancet, pero que ya fue adelantado ayer por los medios británicos.
La mujer, cuya identidad se desconoce, es una sueca de 36 años que nació sin matriz a causa de un trastorno genético que suele ocurrir a una de cada 14.000. Pero se empeñó en ser madre y recurrió al equipo de Mats Branstrom, profesor de Obstetricia y Ginecología en la Academia Sahlgrenska de Gotemburgo, que llevaba más de diez años tratando de lograr un reto en el que fracasaron otros grupos médicos que lo intentaron. «Mats nos dijo que no había garantías, pero a mi pareja y a mi nos gusta tomar riesgos y pensamos que era una idea perfecta», confesó la madre.
Ahora, con el objetivo conseguido, el médico, ligado a la Universidad de Gotemburgo, también empieza a creérselo. «Es -dice- una felicidad fantástica y también una sensación irreal, porque realmente no podíamos creer que habíamos llegado a este momento. El bebé abre la posibilidad de tratar a muchas mujeres jóvenes de todo el mundo que sufren infertilidad uterina».
Útero de una mujer de 61 años
La ahora madre carecía de útero, pero sí conservaba los ovarios en buen estado, por lo que produjo varios ovocitos que fueron fertilizados a través de fecundación in vitro antes de la cirugía. Los once embriones obtenidos se conservaron en nitrógeno líquido para poder ser utilizados tras el trasplante. La paciente recibió el órgano de una amiga de la familia, una mujer viva de 61 años. Para el embarazo, que ocurrió en primavera, solo se usó un embrión.
Antes y durante el parto no hubo contratiempos con la matriz cedida, y las únicas anomalías ocurrieron a causa de una preeclampsia -la forma más grave de hipertensión durante el embarazo- que se le detectó a la madre y que producía estrés al feto. Fue entonces cuando los médicos decidieron realizarle una cesárea a las 32 semanas, pero que tampoco supuso una mayor complicación. «El bebé lloró nada más nacer y no requirió otra atención que la habitual», dijo Mats Branstrom.
Vincent no es ahora un niño más, sino una esperanza para muchas mujeres que perdieron el útero a causa del tratamiento por un cáncer o porque nacieron sin el. «Creo que tendrá un gran impacto, un impacto enorme, porque da esperanzas a esas parejas que pensaban que nunca tendrían un hijo», destaca la cirujana Liza Johannesson, que participó en la operación.