La revolución de las malenis

SOCIEDAD

SANDRA ALONSO

Cosen, calcetan, cocinan, decoran... y siempre con un regusto «vintage». La última tendencia en Galicia debe su nombre al de la «magdalena», una de sus especialidades

02 mar 2014 . Actualizado a las 17:35 h.

Hágase tres sencillas preguntas. ¿Pasa su tiempo libre horneando pasteles cuya dificultad técnica es digna de una obra arquitectónica? ¿Lo 'vintage' y los colores pastel han invadido cada rincón de su existencia? ¿Tiene ya más prendas confeccionadas por usted misma que las que se adquieren en las tiendas? Si responde afirmativamente, quizá sea usted una maleni. La revolución ha sido silenciosa. Comenzó poniéndoles sombrerito a las magdalenas, que pasaron a llamarse cupcakes. A los bollos hipertrofiados los bautizaron como muffins. Después, ellas mismas adoptaron el nombre del que salió todo. Maleni viene de magdalena, y las malenis son ya una cohorte, una tribu urbana que inspirada por Amèlie ha consagrado su vida a hacer del mundo un lugar mejor. Más dulce, más bonito, más pastel.

El estereotipo está claro: mujer adicta a la repostería -no tanto a comérsela como a hornearla, aunque ambos conceptos no son excluyentes- vestida con prendas vintage en una casa con muebles de inspiración vintage, que lee libros y revistas vintage y que lleva gafas de pasta y zapatitos de tacón bajo y punta redonda, que si pueden ser vintage, pues mucho mejor. Y sin embargo, la explosión de la revolución maleni ha ampliado el abanico de convertidos. Hay mujeres, pero también hombres. Los hay adictos al pasado y otros que no tanto. Algunos tienen un estilo muy concreto y otros son más eclécticos. Y sin embargo, coinciden en una cosa: el gusto por cuidar hasta el último detalle, por lo hecho por uno mismo y por todo aquello que es único, especial y diseñado para una persona en concreto.

En esos pilares se sustenta desde hace un año Gloria Bendita Cakes (plaza Manuel Murguía, 5. Milladoiro), un obrador de repostería creativa cuyas propietarias -las mellizas Gloria y Carla y su amiga María- han estado media vida consagradas al placer de un buen postre. Gloria, con apenas 8 años, pedía a los Reyes utensilios de cocina y recortaba los cupones que ofrecían los productos culinarios para que le enviasen libros de recetas. Conoció a María en Vigo, y años después se reencontraron en Compostela. Había llegado el momento de hacer del placer profesión y se lanzaron a crear Gloria Bendita. A Carla le metió el gusanillo su hermana, y del gabinete de logopedia pasó directamente al fondant y los sprinkles.

Es tal su veneración por lo dulce que -lo primero que miramos en una carta son los postres-. Y son capaces de no regresar a un restaurante con buena comida si la sobremesa las decepciona. No es difícil el nivel de exigencia que imponen a sus postres. Hacen de todo: tartas por encargo, pasteles de boda, cupcakes, galletas, cakepops, mesas dulces... Hasta 16 horas diarias pueden pasarse entre fogones a la procura del pastel más especial para una persona, que puede suponer unos tres días de trabajo. También venden el material para que el imperio de la cocina entre en las casas.

Los detalles

¿Son malenis? «No teníamos ni idea, somos unas ignorantes», pero quizá algo, el germen del malenismo, está en su interior. Cuidan hasta el último detalle, tanto en el trabajo como en momentos de la vida diaria. «Es cierto, si viene alguien a cenar a casa me gusta preparar bien la mesa». El mantel, la vajilla, las copas que se van a poner, que todo esté armónico y equilibrado. «Si viene alguien el sábado el lunes ya tengo el menú», apunta María, que siempre ha preferido hacer un pastel a un arroz. Su tienda es un ejemplo de decoración. Impera sobre todo la luz y querían apartarse un poco de lo que suelen ser las tiendas de repostería: solo unos puntos de rosa y azul sobre un blanco impoluto. Igual que su estilo: «sencillo y limpito» con puntos de color. Huyen de lo recargado, aunque sí les gusta lo vintage.

«A mí me gusta que la gente se lo curre un poco o que yo, que no sé calcetar se lo compre a alguien que lo hace, que lo valoras más», dice Gloria. También fomenta la creatividad y la relación social. ¿Y ese punto ñoño? «No tiene por qué estar mal», coinciden tanto Gloria como María. Cada uno tiene su estilo.

¿Machismo? Cero. «Lo decides tú, nadie te lo está imponiendo». Otra cosa sería que tuviesen que hacerlo obligadas. «Es igual que si te gusta leer, es lo mismo, pero nadie diría nada?. En los cursos que organizan para aprender repostería creativa también hay chicos, y otros que compran material para hacer sus pinitos en la cocina de casa.

De la misma opinión es Irene Villaverde, de profesión publicista pero de vocación tejedora. «Me parece completamente absurdo, porque mi novio es hombre y también le gusta hacer magdalenas y bizcochos. Si te gusta, te gusta, y si no, no». Es cierto que el momento «malénico total» de poner unos corazones a los cupcakes «quizá a eso seamos más dadas las mujeres», pero el género poco tiene que ver. O sí, pero para otro absurdo. Que los hombres dejen de hacer cosas como estas por el miedo al qué dirán. «No van a decir nada, si está bueno se lo van a comer todo. Creo que no hay que darle demasiadas vueltas a las cosas».

El gusanillo de los ovillos de lana se lo metió su abuela, mitad noruega y mitad vasca. En las vacaciones que pasaba allá comenzaba una bufanda para cada uno. De la bufanda pasó al gorro y del gorro a ser una vía de escape de estrés al salir del trabajo. Empezó a darle a las agujas para hacerles prendas a su familia. «De mi familia pasé a la familia postiza, y después a los amigos y luego los amigos de los amigos». Un gorro puede llevarle tres horas o tres horas y media. Procura sentarse una hora después de cenar a calcetar, con el televisor de fondo, así que en una semana puede tener la prenda lista. Claro, «depende del punto y demás». Otras veces prefiere aprender cosas nuevas y se pone delante de un tutorial de YouTube para repetir, repetir y repetir. Desde pequeña ha demostrado una creatividad desbordante, que todavía sigue aplicando hoy. Le gusta que le regalen cosas distintas, y a ella también le gusta hacer cosas especiales para regalar. «Supongo que a la gente que no es tan detallista le llama la atención». El detalle marca la diferencia.

¿Es maleni? Pues sí. «Me siento identificada porque soy muy detallista, sigo muchos blogs de cocina y de las magdalenitas con las cositas y todas esas tonterías que me encantan. Guardo tarjetas con elefantes y todo lo raro, peculiar, me gusta». Tampoco es que sea radical, ni ella ni la revolución maleni. «No creo que sea un extremo de ñoñez ni sea un toxo», sino que hay un término medio, pero el malenismo sí que puede ser dado «a que lo tengas todo, en exceso»

Mr. Wool, el friolero

A Irene la acompaña Mr. Wool. Así se llama su blog (holamrwool.blogspot.com.es) y así llama a su novio, que es quien hace los pompones de los gorros mientras ella calceta. Él es cocinitas de la pareja y gracias a uno de los blogs que sigue Irene ha descubierto el mundo de la masa madre. Ahora su casa siempre huele a masa madre y ya no compran pan. «Es como de pueblo, hacemos panes gigantes que nos duran una semana». Irene se confiesa: «Creo que a mi novio lo estoy contagiando un poco» y ha comenzado a malenizarse. A ella, la golosa de los dos, el gusto por el dulce le viene de casta. Su madre siempre está horneando: magdalenas, bizcochos, galletas, pasteles... lo que sea.

Con Irene estudió la carrera Laura Cunha, otra joven de desbordante creatividad, que la ha canalizado hacia su mercería, Miquinho, un espacio para la imaginación ubicado en el número 26 de la calle Manuel Belando, en Ferrol. Nació más como un espacio creativo que como una tienda al uso, pero al ser una de las pocas mercerías que todavía permanecen en activo en la ciudad, la balanza se ha inclinado un poco.

Pero sigue manteniendo su espíritu de espacio para dar rienda suelta a las ideas. Todo comenzó cuando su madre se apuntó a una clase de canastilla. Ella decidió que podía aprender a hacerse su propia ropa y desde hace relativamente poco también hace calceta. Se lanzó a la aventura, y además de la tienda física y el espacio para las clases, también vende a través de Internet. Se puede encontrar de todo para llevar a cabo proyectos de costura.

Cursos creativos

Así que en Miquinho se dan clases y son muchas las madres jóvenes que se apuntan para poder vestirse ellas y a sus peques de manera original. Muchas llegan sin tener idea alguna de cómo enhebrar una aguja. El encanto de Miquinho también está en su decoración. Laura hizo un erasmus en Suecia y define su negocio como «retronórdico». La propia palabra lo indica: la decoración con aires del norte impera, pero también los elementos antiguos, como máquinas de coser. Los muebles son de diferentes tipos y la tienda invita a sentarse, sacar las agujas y dar unas vueltas de calceta durante un rato.

Laura es, quizá, la que menos identificada se siente con el estereotipo maleni. «Eu son algo punk», remacha entre risas. «Odio os cupcakes e a pastelería de cores», y tiende más «ao rollo ecolóxico». Y es que «non me considero unha persoa moi naíf», un rasgo que se suele atribuir a las malenis. De hecho, cree que la ñoñez puede llegar a empalagar, y mucho, si no se aplica con mesura. Eso sí, con el asunto malenístico lo que sí tiene claro es que hay que conseguir que «a xente perda os prexuízos. Por coser non se é menos moderna».

Lo cierto es que en el mundo de las manualidades «hai xente moi diferente», y buena prueba de ello es la propia Laura y su mercería creativa no cumplen a rajatabla el estereotipo maleni, además de que dan cabida a muchos perfiles diferentes.

Pero no solo de costura vive Miquinho. Para hoy mismo está previsto un taller de scrapbooking, que no es más que un libro de recortes, que es el súmum del movimiento maleni. Los que participen realizarán un miniálbum y aprenderán las técnicas y el vocabulario básico. Serán las chicas de Nuvole las encargadas de impartir el taller, que tienen su tienda en la calle San Agustín, en A Coruña.