Manuel Sánchez Salorio recibe la medalla de oro de Santiago, «imantado» por la ciudad

santiago / la voz

SANTIAGO CIUDAD

El catedrático recibió la distinción por su dedicación a Compostela

15 sep 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Compostela homenajeó ayer a dos ilustres personajes que representan la esencia de la ciudad, la ciencia y la Iglesia. El catedrático de Oftalmología Manuel Sánchez Salorio y el que fue deán y canónigo emérito de la catedral de Santiago, Jesús Precedo Lafuente, este último a título póstumo, recibieron la Medalla de Ouro da Cidade de manos del regidor de Santiago, Ángel Currás, y ante numerosas personalidades, entre ellas el presidente de La Voz, Santiago Rey Fernández-Latorre.

De la laudatio de Sánchez Salorio se encargó el presidente del Consello da Cultura Galega, Ramón Villares, quien destacó del intelectual gallego su empeño en acabar con el victimismo de la universidad compostelana, y el haber sido un ejemplo para las generaciones que lo siguieron. Salorio agradeció el reconocimiento, pues siguiendo un consejo del padre del exrector Darío Villanueva, «cando che dediquen eloxios e gabanzas que consideres excesivos, non te esforces moito en rebaixalos, xa o farán outros».

Coruñés del Ensanche, el catedrático aseguró sentirse compostelano «do mesmo núcleo do imán», es decir, del hospital y la universidad, porque «un é do lugar onde chega a ser o que é». Exvicerrector de la institución compostelana cuando el pazo de San Xerome iba a convertirse en la sede del rectorado, la primera vez que se asomó al balcón que da al Obradoiro exclamó «carai, cantos caben». Y es que en aquella época era vicerrector de Estudiantes, y todos los días debía autorizar o desautorizar, «que para o caso que facían era o mesmo», dos o tres manifestaciones.

A la atracción que por Santiago sienten millones de personas desde hace siglos, Sánchez Salorio solo encuentra una explicación, «Compostela es un imán». Y así se define él, como un imantado de la ciudad, a quien hablan la piedra y la lluvia, como a los que se dejan imantar por ella, que miran para fuera y para dentro con aquella mirada que Cunqueiro atribuía al viejo Simbad.