María Teresa Barba, hostelera jubilada de Melide: «As partidas con café, copa e faria perdéronse»

Natalia Rodríguez Noguerol
natalia noguerol MELIDE / LA VOZ

MELIDE

PACO RODRÍGUEZ

Es testigo de la evolución del sector en los últimos 45 años

09 nov 2022 . Actualizado a las 00:22 h.

Le da el visto bueno al descafeinado que sirven en un local de hostelería de la zona vieja de Melide. El que acompaña un nostálgico viaje en el tiempo con el que transporta a una clásica cafetería de la segunda mitad del siglo pasado en la localidad. Barra alta, una enorme cristalera, y mesas de mármol en las que resuena la derrota de un batallón caído de piezas de dominó. «Era o máximo, a partir das dúas e media, trinta-corenta partidas habíaas», recuerda María Teresa Barba. La sobremesa era en Melide tiempo de ocio en el Capitol, la antigua cafetería en la que esta incansable mujer aprendió y comenzó en hostelería de la mano de su tío Ramón, y, en especial, de Lola, su madrina.

«Facelo sempre con materia prima boa, e ferver sempre o leite con vapor; un café ben quente é un café ben feito». Es la clave de un buen café, como el afamado que sirvió durante 45 años esta hostelera melidense, testigo de la evolución del sector, que abre como una ventana desde la que observar los cambios sociales que dejó el paso del tiempo. Cuenta «Teté do Capitol» —es excusado explicar el porqué del sobrenombre acuñado por los vecinos— que «cando era o santo dun, durante cinco-seis días, o persoal das partidas tiña café, copa e faria». Ese convite, que era «sagrado» entre los clientes de a diario, se perdió.

El paso de los años también jubiló a los revisores de las líneas de transporte discrecional, que, además de viajeros, «traían os paquetes e o periódico», recuerda Teté, que forjó una amistad inquebrantable con los choferes de Freire, la empresa que, durante 75 años, cubrió el trayecto entre Santiago y Lugo. «Son os meus grandes amigos», afirma. La parada del autobús de línea permanece, en la rúa Progreso, delante del antiguo inmueble que albergó en su planta baja el Capitol, lugar de encuentro de viajeros, conductores, feriantes y vecinos. «Era un centro de reunión moi grande», afirma la veterana hostelera, que tomó las riendas de la cafetería a principios de los 80. La mantuvo abierta hasta que con el cambio de siglo, muy a su pesar, la cerró.

«O baixo do Capitol era alugado, e de investir, facelo no que é dun», explica Teté, que, durante dos años, estuvo compaginando el trabajo en la cafetería con el de la pizzería que, en la avenida de Lugo, bajó definitivamente la persiana hace unas semanas. Mujer decidida, su empuje animó a la familia a embarcarse en un nuevo negocio de hostelería que «non pensamos que fora funcionar como funcionou, pero —cuenta— non dabamos abasto, e, con toda a pena do corazón, ao igual que agora, houbo que pechar». Confiesa que no tiene asimilado que está jubilada. «Sinto unha nostalxia inmensa», dice. Echa en falta el frenético ritmo de trabajo de una pizzería que funcionaba a pleno rendimiento, «e aos amigos que quedaron alí». Sostiene, al respecto, que «detrás da barra, hai que ser discretos: ver, oír e calar, e se podes axudar, mellor». Profeta en su tierra, se despide de la hostelería «infinitamente» agradecida por el reconocimiento social a una dilatada trayectoria profesional, en la que se ganó con creces la confianza del cliente.

Comparte anécdotas que darían para escribir un libro. Como la del tratante de ganado que dejó más de medio año a recaudo en la cafetería una chaqueta con medio millón de pesetas en el bolsillo. O la de un viajero que siete años después de haber dejado olvidada la cartera en el local le agradeció el habérsela hecho llegar a su destino dejándole de propina el cambio de las quinientas pesetas que le dio para pagar un café. También es honrada Teté, que, en su emocionado relato, no se olvida de Jose, «o meu camareiro 33 anos», ni de María, la cocinera, «unha irmá máis». Ni, por supuesto, de su familia. «Grazas a Enrique, e aos nosos tres fillos, a cousa foi para arriba», dice. A sus 65 años, Teté abrió por primera vez la mesa de la cocina para compartir con ellos mesa y mantel.