Cuando ser «un pelín Diógenes» trae cosas buenas

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

BUEU

RAMON LEIRO

José Barreiro Cordeiro colecciona numerosas figuras y objetos variopintos. Dice que debería dejarlo, pero eso le inspira para crear

13 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Si se dan únicamente tres pequeñas pinceladas de José Barreiro, muy escuetas, como que a sus 38 años usa un paraguas amarillo de Bob Esponja -al que sigue desde antes de que se pusiese de moda en España-, que el candado de su bicicleta es rosa y de Hello Kitty o que en su casa hay una vitrina de cristal llena de figuritas cada cual más peculiar, desde una de un niño de comunión que él tuneó para ponerle cara de malo a otras de gatitos, muchos pensarán que hay un adjetivo que le viene al pelo: friki. Pero no se adelanten a etiquetarlo. Porque el diccionario dice que un friki es una persona extravagante, rara y excéntrica. Y él quizás tenga algo de todo eso. O no. Pero desde luego esas palabras no alcanzan para definirlo. Cuando se le conoce un poco más se descubre a una persona creativa, capaz de hacer unas casitas navideñas con cartón y plastilina realmente vistosas, capaz de combinar La Sirenita con la contaminación de los mares y que todo ello sea un hermoso cuadro. Se descubre en él, y esta etiqueta sí puede ponérsele, a todo un polifacético artista.

José Barreiro, que es natural de Bueu, acepta la entrevista encantado a la primera de cambio. Sin embargo, uno detecta que debe costarle un mundo hacerlo. Porque es tímido. O introvertido. El encuentro es en su casa, en la vivienda de Pontevedra en la que reside desde hace quince años. Uno se equivoca de puerta. Y una vecina de su mismo rellano dice: «¿José por aquí? No conozco ninguno». Luego, él aclara: «No soy muy de hablar con nadie, soy bastante callado». Aún así, recibe con sonrisa y no esquiva ni una sola pregunta. Da igual que le lleguen a bocajarro y que uno se meta hasta la cocina de su vida. Su amabilidad puede con esa timidez que en él viene de serie.

Recibe en una casa que puso patas arriba para poder colgar algunos cuadros y que se vea lo que hace. Porque sí, él es pintor; un creador hecho a sí mismo. Una vez en el salón, donde sus pinceles están milimétricamente ordenados, empieza contando por el principio, que es como mejor suelen entenderse las cosas. Dice que siempre dibujó y pintó, desde pequeño. «En el colegio se me daba muy bien todo lo que tenía que ver con pintar», cuenta. Estudió Artes Gráficas y le tentó Bellas Artes. Pero al final no llegó a cursar la carrera. Por cosas del mercado laboral, acabó trabajando en algo que no tenía nada que ver con el mundo artístico. Se empleó en una gasolinera. Y luego en el sector turístico. El caso es que, con la crisis, le alcanzó el paro. Y eso, al final, se convirtió en una oportunidad.

José, que nunca había dejado de pintar, empezó a darle más al pincel. Y a explotar su creatividad. Hizo exposiciones, en Cangas o Vilagarcía. Le encargaron un enorme mural. Y vendió algunos cuadros, aunque reconoce, con una sonrisa más de niño grande que de otra cosa, que «casi todos me los compraron amigos o familiares». Es completamente autodidacta. ¿En qué se inspira? Su pintura tiene mucho que ver con su casa, con su vida.

Los dibujos animados que sigue viendo al por mayor -es fiel a Boing y Clan- le inspiran. También lo hacen los personajes de Disney. O la anatomía humana. O su gato Camilo, que protagoniza alguno de sus acrílicos. El color pisa fuerte en unas creaciones en las que unicornios o sirenas son una mezcla de criaturas inocentes y terroríficas a la vez.

Uno mira sus cuadros y observa luego todo lo que hay por el salón. Los pisapapeles de burbujas y lentejuelas; la vitrina llena de figuritas; la vasija llena de muñecos de los caramelos Le Pez... Y encuentra relación entre su pintura y todos estos artilugios. Parece que una cosa bebe de la otra. ¿Es así? «Pues no lo sé. Digamos que soy un pelín Diógenes, guardo muchas cosas. Y tengo más en casa. Supongo que debería deshacerme de algunas, pero no lo consigo», señala.

La foto con Alaska

Pese a tener bastantes cosas, entre ellas una fotografía donde sale él abrazado a una Alaska de pelo rojo -la consiguió en un concierto-, José es ordenado y meticuloso. Se nota en su salón. Y se nota en sus gestos. Mientras habla, fuma tabaco de liar en una zona próxima a la ventana. Aparta la cortina para echar la colilla. Y, cada vez que lo hace, se encarga de que la cortina de alegres colorines vuelva a quedar perfectamente colocada. Ese orden, esa perfección, también se ve en sus cuadros, donde todo parece cuidado al detalle y parece estar en su sitio por mucho que

La Sirenita

se vea envuelta en la basura que tiene el mar. Es como si lograse hacer hermoso algo tan mundano como la porquería.

La conversación va girando en torno a distintos temas. Pero los dibujos animados no nos abandonan. Tampoco las criaturas terroríficas. Porque esa es otra de sus fuentes de inspiración y de sus pasiones. Capaz de hacer casi cualquier cosa con las manos, el último disfraz hecho por él mismo le convirtió en Freddy Krueger. Uno no duda de que, con su vena creativa, haya ido bien caracterizado. Pero seguro que no engañó a nadie. José desprende demasiada bonhomía y empatía para pasar por un asesino con grotesco sentido del humor.

una vitrina para no cansarse de mirarla

Tiene de todo la vitrina de cristal de la casa de José. Desde figuritas que consiguió en comercios de segunda mano a reproducciones de personajes de dibujos míticos como Doraemon o Hello Kitty o gatitos en todas formas, tamaños y colores. Por la casa anda también un felino de carne y hueso, Camilo, que no se acerca en cuanto hay gente.