Un vecino de Meis repartió 85 kilos de callos y muchos litros de vino entre los participantes de la BTTinto
08 jun 2015 . Actualizado a las 11:57 h.No empezó bien la mañana para Alberto Chaves, que vio como un rapaz de Coristanco acaba con la cara hecha un cristo apenas a unos metros de uno de sus invernaderos. «Veñen como tolos e iso que xa lle dixeron na saída que isto non é para competir», decía visiblemente nervioso mientras esperaba a que llegara la ambulancia para trasladar al maltrecho ciclista. Pasó en sus tierras porque el circuito de la BTTinto las atraviesa. Lo hace, afirma el orgulloso propietario de la hacienda, «por petición dos participantes». Lógico, porque en la casa de Alberto está el mejor avituallamiento del mundo. Repartió ayer 85 kilos de callos y muchos litros del vino que cosecha en sus dominios y que almacena en una coqueta bodega donde guarda también una calabaza de más de cien años por la que un alemán le ofreció en Santiago tres mil euros en el año 2006.
Alberto se fue calmando tras el cabreo inicial y se vistió con las galas de Valedor do Viño Tinto do Salnés, que es. Tocaba recibir de la mejor manera a quienes no tenían tanta prisa por llegar al final de la ruta. Y fueron muchos los que allí pararon. Alguno no apretó el freno pero por una buena razón -«teño unha comunión», explicó desde la bici- pero la mayoría no se resistía a la oferta. Si esos cuerpos habían aguantado tantos kilómetros Armenteira arriba, Armenteira abajo, ¿no iban a poder con una ración de callos a treinta grados a la sombra? Hay que recordar que estamos en Meis, y aquí se celebra una fiesta gastronómica de ese producto en pleno mes de julio. Un par de enormes potas «e outra que está na cosiña» esperaban a los esforzados de la ruta que, tras un rápido paso por la fuente que allí se instaló para la ocasión, se lanzaban a por los platos y los vasos. Alberto tiene a toda la familia implicada. Unos cocinan y otros reparten las raciones. Él se encarga de servir el vino. «Sangre de Cristo», recita cada vez que llena un vaso.
Poco a poco las bicicletas se van apoderando del lugar. Es el efecto llamada. Cuando para uno, ya paran todos. Aprovechan para recuperar el resuello y para charlar sobre cómo ha ido la jornada. Uno se fue sin las gafas, que deja apoyadas al lado de la fuente. No es grave. Recuerda Alberto que un año allí quedaron seis bicicletas que sus propietarios volvieron a buscar ya a media tarde
En realidad, lo de Alberto es también puro ciclismo. Todavía a mediados de los sesenta existía la práctica entre los corredores de parar, durante la disputa del Tour o La Vuelta, en los bares que se encontraban durante el recorrido para recoger cualquier tipo de líquido con el que poder refrescarse. Ahora bien, es difícil que encontraran un vino como este.