Los terroristas han logrado uno de sus primeros objetivos: que Europa ofrezca una imagen de temor. Colegios, universidades y metro cerrados en Bruselas. Calles tomadas por la Policía y el Ejército.
LEn París, homenajes continuados de la ciudadanía en los lugares de los atentados, que se convierten en estampida en cuanto explota una bombilla.
Un nuevo muro invisible se alza ante los refugiados que se agolpan a las puertas de la Unión Europea ante el riesgo innegable de que en esa muchedumbre se esconda algún fanático. Para muchos de los que huyen ese nuevo muro significa ser alcanzados otra vez por los tentáculos del terror del que tratan de alejarse.
Líderes del mundo occidental vuelven a declararse en guerra y buscan alianzas para atacar las bases de los terroristas. Los primeros acuerdos ya han cristalizado y se suceden los bombardeos.
Más difícil será que los pactos se extiendan al despliegue de fuerzas terrestres que muchos expertos consideran imprescindible para cortar las ramas y parte de las raíces del frondoso árbol en que se ha convertido el que se hace llamar Estado Islámico.
Pero mucho más complicado aun será cuando se trate de cortar la totalidad de las raíces. Cuando se aborden las ramificaciones subterráneas del contrabando y la venta de petróleo que alimentan las arcas de la organización terrorista en expansión. O los intereses confluyentes entre poderes que han contribuido a la expansión de esta fábrica de terror y algunos de los que con más ardor lanzan ahora llamadas a la lucha.
Esta guerra, o lo que sea, será larga. Muy larga.