¿Qué tiene el Vaticano que no tenga la ONU?

OPINIÓN

16 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La diplomacia vaticana jugó un eficaz papel de mediador en algunos conflictos recientes, entre los que cabe recordar el contencioso fronterizo entre Chile y Argentina, el desmoronamiento del bloque socialista del Este y el cese de la confrontación entre Cuba y Estados Unidos. Estos días reina la euforia en Palestina -y el desasosiego en Israel- porque se piensa que el Vaticano -que va a reconocer el Estado palestino- generará un cambio cualitativo en la dinámica de este conflicto inmemorial. Y cada vez hay más países dispuestos a recuperar la tradicional mediación de los pontífices católicos para abordar conflictos tan enrevesados como el del Estado Islámico o las guerras tribales en África.

Sinceramente confieso que siempre fui reacio a reconocer la importancia de esta peculiar mediación, y más de una vez reduje a la insignificancia el papel de Wojtyla en la caída del muro de Berlín y en la activísima recuperación del cristianismo en los países del Pacto de Varsovia. Pero la evidencia de un protagonismo determinante en la cuestión cubana me obliga a preguntarme por la naturaleza de estos poderes morales que exhibe el Vaticano. Empleo la expresión poderes morales, en vez de poderes fácticos, para conectar con el valioso concepto del historiador Droysen, que propugnaba sustituir la sucesión de los hechos históricos y sus lecciones por la búsqueda de las fuerzas subyacentes que orientan el diálogo de las personas con su mundo y dan continuidad al proceso de la historia. Y, desde la perspectiva politológica, también Gammson se refirió a los «modelos de acción social» para explicar la prevalencia de las pautas y los valores sobre el formalismo de la política pura.

Algo de eso debe de estar pasando. Y no porque hayamos iniciado una revalorización inopinada del hecho religioso, sino porque, dada la extrema labilidad del orden internacional, verdadera plaga del tiempo presente, empezamos a sentir la necesidad de acudir a estas reservas morales -muy estables y de largo recorrido- que la Iglesia católica posee, exhibe y ofrece por encima de las modas, las armas y las coyunturas económica y política.

Todo lo que hace el papa en este campo debería hacerlo la ONU, que para eso existe. Pero la ONU, dominada por bloques de poder, no es fiable ni imparcial en sus análisis e intervenciones. Y por eso el Vaticano, que ya no tiene ningún poder, se constituye en puente para el diálogo y el arbitrio entre los más poderosos y los más débiles, y entre los que controlan los intereses económicos y políticos y los que están asolados por la pobreza, la dictadura y la guerra. Es la vuelta a los poderes morales, que, aunque no pueden ni deben sustituir la política, compensan con eficacia -gracias a Dios, y nunca mejor dicho- el vacío derivado de las crisis económica y axiológica que tanto nos angustian.