El empleo y las elecciones por venir

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

05 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El Cid ganaba batallas después de muerto: su cadáver erguido en la grupa de Babieca causaba pavor entre los moros. Las elecciones en España ganan batallas antes de nacer: bastó su convocatoria para sepultar -¿transitoriamente?- el dogma de la austeridad. Antes de que se abran las urnas, nuestros amedrentados gobernantes se apresuran a esconder las tijeras de recortar, sacan del cajón alguna que otra oferta pública de empleo y redactan de un tirón algún que otro pliego de obras o suministros. No sé si el cambio les dará los réditos electorales que buscan, pero a la economía española le sienta bien: cuatro gotas en el páramo reseco han sido suficientes para aumentar significativamente la afiliación a la Seguridad Social. Lástima que no hubiese elecciones antes: ¡cuántos horrores nos habríamos ahorrado!

Los datos sobre empleo del pasado mes de febrero son positivos. No para tirar cohetes ni contratar la orquesta, porque la Seguridad Social aún tiene a día de hoy menos cotizantes que hace dos meses, pero sí para alimentar un relativo optimismo. Y en el mejor febrero de toda la crisis, como anuncian las fanfarrias oficiosas, el mérito recae en nuestros vituperados políticos: la mayor parte del empleo ha sido generado por el sector público.

A falta de mayor concreción, eso dicen los datos de febrero. La construcción, no de casas sino de infraestructuras y obra civil, aportó 26.483 nuevos afiliados a la Seguridad Social. La educación, mayoritariamente pública, otros 17.016. Y las Administraciones Públicas, 13.044. Añádase al trípode su efecto arrastre y queda explicado el glorioso febrero. La lección resulta evidente: la poda del gasto público secó el árbol y solo cuando la motosierra dejó de funcionar reaparecieron algunos brotes verdes.

Los griegos, milenios antes de que Syriza asomara el hocico, llamaban a la rosa de Jericó planta sagrada de la resurrección. Nombre apropiado para un helecho del desierto que, después de permanecer seco y ovillado durante meses, renace en cuanto atisba alguna nube. Lo mismo le ha sucedido al empleo. Abrasado por el inclemente sol de la crisis, nuestros próceres europeos y patrios tuvieron la peregrina idea de acercarle una estufa. En nombre de la austeridad, subieron los impuestos, cercenaron la inversión pública y mutilaron el gasto en educación y sanidad. Y así nos fue. Hasta que la proximidad de las elecciones, y el miedo al voto indignado, les devolvió un chisco de cordura (interesada). A ver si entienden, de un vez, que el paraguas público hay que abrirlo cuando llueve y ahorrarlo cuando resplandece la primavera. No al revés.

Los datos son positivos, pero hay que tener mucha desfachatez para presentarlos como fruto de la austeridad y los recortes. En realidad suponen una censura en toda regla a la política del Gobierno. La mejor prueba la tenemos en Galicia: el presidente Feijoo, autoproclamado campeón autonómico de la austeridad, gobierna hoy un país cuya economía registra encefalograma plano.