Esa cosa tan rara de los partidos

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

21 dic 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Proclamo para empezar que los partidos políticos son el instrumento a través del cual la democracia se manifiesta, que cuando no existen es porque el sistema que los censura está podrido y que en su diversidad y controversia está la gasolina del progreso. Pero son estas obviedades que no contradicen el hecho de que para militar en un partido haya que ser un tipo muy extraño. Puede que todas esas personas que un día llegan a una sede y se apuntan compartan una rareza genética que explicaría esa concepción de la militancia que es diferente en los argumentos pero idéntica en los procedimientos.

Veamos. Para tener un carguiño en un partido lo primero que hay que hacer es no decir lo que se piensa. Desde luego no hacerlo por sistema. Para pensar ya está el partido en sí mismo, que cada mañana abastece de argumentos a los catecúmenos para que divulguen el mensaje por el mundo. La instrucción vale incluso para asuntos de conciencia, de forma que es frecuente que bajo el foco se repita la instrucción de manera precisa y en privado se reajuste hasta convertirla en una monumental cuchufleta. Luego está el asunto de los colegas de militancia. Conviene que las filas estén prietas, pero en realidad los partidos son una gran cena de Navidad atestada de cuñados que no se tragan y que jamás compartirían mesa si no fuera porque el suegro invita a percebes. Eso sí, tienen algunas ventajas. Con las trapalladas tienden a mirar hacia otro lado y en ocasiones funcionan mejor que el Inem para proporcionar trabajo a quien se lo curra como dios manda, un dios que suele parecerse mucho al secretario general.