La RAG, Filgueira, mi padre y los fariseos

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

13 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

La polvareda que los nacionalistas han levantado tras la decisión de la RAG de dedicar a Filgueira el próximo Día das Letras demuestra que aquellos deberían aclarar cuál creen que es el mérito que la Academia ha de valorar para adoptar su decisión: si la posición antifranquista del propuesto, o su defensa de la lengua gallega y la cultura del país.

Tratándose de lo segundo, pocas personas se merecen tanto el reconocimiento de la RAG como el gran polígrafo gallego. Si de lo primero, puede que la elección de Filgueira sea un error.

Y digo puede, pues basta conocer un poco la trágica historia del franquismo para saber que bajo esa inicua dictadura no solo había franquistas y antifranquistas militantes, sino, sobre todo, una inmensa mayoría que, con el paso de los años, trató de ir saliendo adelante en una situación en la que ejercer de activo opositor exigía ser un héroe. Algunos lo fueron, jugándose la libertad e incluso la vida. Otros expresaron su rebeldía desde el exilio interior, como Pedrayo, o intentando reconstruir los destrozos culturales de la guerra y la dictadura, como Filgueira. Es verdad, Filgueira fue alcalde de Pontevedra entre 1959 y 1968, y, al parecer, ese es su gran baldón.

Mi padre lo fue también de A Estrada, en esos años, y nadie allí lo tuvo por franquista: se negó en redondo a ser jefe local del Movimiento, no se puso la camisa azul jamás y fue expulsado del cargo tras haber organizado en A Estrada, de acuerdo con la RAG, el homenaje a Marcial Valladares, cuando le fue dedicado el Día das Letras. Tras su muerte, dejó por todo patrimonio los pequeños ahorros de una vida entera de trabajo y un viejo Renault 5, más varios cientos de discos y libros, entre estos los publicados por Galaxia, editorial a la que apoyó desde el inicio. Su cartel de franquista debía de ser tal entre los vecinos de A Estrada que en las segundas elecciones locales, tras la dictadura, el PSOE le propuso encabezar su lista, confiando en el tirón de su prestigio como hombre honesto a carta cabal y gestor justo en sus años como alcalde. Aunque ya era votante socialista, no aceptó.

¿Fue un franquista Mario Blanco? ¿Lo fue Xosé Filgueira, que dedicó su vida entera, también desde la alcaldía de su ciudad, a luchar contra aquello que el franquismo significaba desde el punto de vista cultural?

Estos nuevos fariseos, que consideran que todo el que no ha sido, o no es nacionalista, es un traidor, están convencidos de que sí. Como lo están de que son usurpadores los que hoy dirigen la Real Academia, a quienes Anova ha insultado de un modo ignominioso. Alonso Montero fue un antifranquista radical y ha sido y es uno de los más valientes defensores del gallego y de Galicia, pero nunca fue nacionalista y ese, ¡ay!, es su pecado. Porque, para el nacionalismo, o eres de su tribu, o eres un villano.