Francia en el filo

Xosé Carlos Arias
Xosé Carlos Arias VALOR Y PRECIO

OPINIÓN

23 abr 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Finalmente, el Gobierno francés se ha inclinado ante las grandes presiones que de Berlín y Bruselas ha estado recibiendo en los dos últimos años, de modo que un intenso rigor fiscal presidirá su política económica al menos hasta el 2015. Con ello se consuma el principal fracaso de la presidencia de François Hollande: el no haber sido capaz, pese a todas sus promesas, de mantener el pulso a Merkel y la Comisión Europea. No es raro que una parte de su propio partido se haya levantado contra este nuevo viraje, lo que introduce algún grado de incertidumbre en todo el proceso. Y ampliando el foco, parece claro que al conjunto de la socialdemocracia europea cada vez le resulta más difícil reconstruir un discurso propio.

Es cierto, en todo caso, que la economía francesa se ha quedado atrás en el camino reformista que se le exige a otros y que ese país ha incumplido de un modo sistemático las reglas del Pacto de Estabilidad: lo viene haciendo desde bastante antes de la crisis, aunque hay que recordar que algo parecido ocurrió con Alemania en el momento en que hacía sus tan pregonadas reformas. En términos generales, no parece aceptable que la imposición inmisericorde de recortes haya barrido a los países periféricos de la UEM, sin traspasar las puertas de los centrales.

Pero los europeos debiéramos ser conscientes de que este viraje en la política francesa probablemente tenga algunas importantes consecuencias negativas, tanto en el plano económico como el político. Respecto a lo primero, los límites de la política de austeridad inmoderada han quedado a la vista durante los últimos años, no sólo por la recaída en la recesión: también por su escaso efecto sobre la reducción de la deuda (debido al alto valor de los multiplicadores fiscales). Constatados esos límites, carece de sentido extenderla a otro país que, por cierto, se encuentra ya muy próximo a la deflación y cuya tasa de crecimiento es anémica. Quizá sea insuficiente para comprometer la recuperación general del continente, pero mucho tampoco ayudará. Pero el principal problema es de orden político. Palabras desabridas como las del comisario Olli Rehn exigiendo el cambio de política en Francia solo pueden agitar allí las posiciones antieuropeas. Posiciones que últimamente no dejan de reforzarse, como dentro de poco dejará probablemente claro el resultado electoral del Frente Nacional. La designación de Armand Montebourg, maestro en pura retórica, como ministro de Economía, busca atemperar ese tipo de reacciones, pero no está claro que lo vaya a conseguir. Y este punto nos concierne a todos: recuérdese que la integración europea sufrió un duro golpe con el rechazo francés al proyecto de Constitución Europea. Ahora podría volver a ocurrir, pero una versión mucho peor. Y es que la consolidación -o simple supervivencia- de la UE exige un delicado equilibrio entre economía y política que los tecnócratas que gobiernan persisten en ignorar.