¡Menos mal que nos queda Portugal!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

17 feb 2013 . Actualizado a las 06:00 h.

E ran las 11.07 horas del pasado 15 de febrero: el primer ministro portugués, Passos Coelho, se subía a la tribuna de oradores de la Asamblea de la República cuando comenzó a sonar Grândola Vila Morena, la maravillosa composición de José Afonso, contraseña en 1974 del comienzo de la Revolución de los Claveles. Desde una de las tribunas de invitados de la Cámara una treintena de personas la cantaban al unísono, mientras el primer ministro sonreía y la presidenta de la Asamblea solicitaba, muy tranquila, que los invitados mantuviesen silencio o fueran desalojados, lo que se produjo, pasados apenas tres minutos, con absoluta corrección. Mientras, algunos diputados entonaban con sus labios, pero en silencio, la canción que había interrumpido al presidente. Fue todo tan conmovedor y tan cordial con la institución parlamentaria, que Passos no pudo por menos que proclamar sobre la marcha: «De las formas en que los trabajos pueden ser interrumpidos, esta parece la de mejor gusto».

Solo hay que comparar ese incidente, cuyas imágenes pueden consultarse en Internet (http://www.youtube.com/watch?v=M53-cxC8B1E), con los acontecidos recientemente en otros Parlamentos españoles (en el de Galicia o en el Congreso de los Diputados, por ejemplo) para constatar la inmensa diferencia que existe entre un país donde el respeto a las instituciones forma parte de su cultura civil y otro donde la barbarie gana prestigio social a paso de gigante.

En la Asamblea portuguesa cantan el Grândola, mientras en el Parlamento gallego un grupo de energúmenos, convencidos de que sus problemas son los peores que tiene hoy la humanidad, insultan brutalmente a los diputados y a la Xunta y los amenazan de muerte de forma reiterada, sin que el fiscal superior de Galicia actúe de oficio, como es su obligación, cuando se ha cometido un presunto delito de forma pública y notoria.

En la Asamblea portuguesa los llamados al orden por la presidenta de la Cámara abandonan el lugar sin dar ni media voz o hacer un aspaviento, mientras que en el Parlamento gallego o en las Cortes los alborotadores -pues ese, y no otro, es su nombre en castellano- han de ser sacados a empellones en medio de una tangana vergonzosa, mientras siguen insultando como salvajes a los representantes populares.

En la Asamblea portuguesa viejos diputados comunistas, curtidos en mil luchas, acompañan el Grândola en silencio, solo con el movimiento de sus labios, mientras en O Hórreo diputados de la oposición que acaban como quien dice de nacer jalean a los que amenazan de muerte a sus colegas, y los de IU aplauden en el Congreso a los que patean como locos.

En Portugal, su larga dictadura acabó con la Revolución de los Claveles. Aquí con el dictador pensando que lo dejaba todo atado y bien atado. Un contraste. Otros contrastes.