Éche o que hai

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

12 ene 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Últimamente una muletilla, un mantra popular de la factoría ailalelo recorre Galicia con una polivalencia total. No hay conversación que no termine en el dialéctico callejón sin salida del «éche o que hai».

Argumentario básico de todas las impotencias conversacionales, esta expresión popular se inscribe dentro de la escuela galaica de la resignación que nos subordina y humilla. Su traducción equivale a un «no podemos hacer nada», más pesimista aún que el coloquial «apaga y vámonos». Es un auténtico grito de rendición.

Pasamos del orgulloso «Vivamos como gallegos» que hizo fortuna desde una campaña publicitaria de Gadis, la red gallega de supermercados, eslogan feliz y eficaz que mejoró notablemente nuestra alicaída autoestima, al grito de derrota colectiva de no hay salida, éche o que hai.

Y hay todo lo que queramos proponernos, hay agallas suficientes para cambiar el guion de la crisis, para incrementar el empleo, para la apasionada defensa del idioma, para sentirnos orgullosos de nuestras instituciones, para reivindicar la vigencia de nuestros museos, para preservar nuestro patrimonio material e inmaterial, para desterrar el feísmo y para blindar el mensaje, más vigente que nunca, de vivir como gallegos, serenamente orgullosos del privilegio de haber nacido en las tierras del poniente.

Hay una forma de entender la vida, de vencer el derrotismo, esa mala y perversa lectura de la melancolía que tanto nos ha perjudicado a lo largo de nuestra larga historia, hay mil formas de blindar el edificio de todos los gallegos, de abrir de par en par las ventanas para que la luz no deje entrar las negras sombras.

Ese debe de ser el nuevo significado de la gracieta nacional gallega, que está resultando empalagosa. Éche o que hai se traduce por la mirada nueva a un país que es capaz de reinventarse, que no tiene vocación de convertirse en un geriátrico, que ama sus tradiciones, que respeta ese origen rural y campesino del que estamos desertando masivamente. Somos el cunqueiriano reino de la lluvia, un país de palabras nuevas con distinto significado, el mar del norte y la selva de Esmelle, el bosque animado de la fraga de Cecebre, el Eume y el Eo, el río de la desmemoria que nadie se atreve a cruzar, el extramundi y el intramundi, la orilla última del Finisterre donde nacen y mueren los vientos, la brisa y la galerna.

Por eso y por un par de miles de razones más no podemos darnos a la desesperanza y concluir que el país del no futuro es el nuestro y no es cierto en punto alguno, no lo debe ser, que esto éche o que hai.