Hibakushas en el Inem

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

28 oct 2012 . Actualizado a las 06:00 h.

El 6 de agosto de 1945 Little boy, un ingenio con el corazón de uranio nunca antes probado y diseñado para devastar, arrasaba la ciudad japonesa de Hiroshima, víctima de la estrategia bélica con la que Estados Unidos salió victorioso de la II Guerra Mundial. Extrañamente, algunos seres humanos sobrevivieron al holocausto nuclear. Son los hibakushas, que desde aquel día aciago encarnan a todas las víctimas de la enajenación humana, a todos los sacrificados por esta predisposición periódica a la crueldad total que con cadencia machacona ha ido trufando la historia. Pero los hibakushas no solo soportaron la bomba. Tras el parto terrible del bombardero  Enola Gay, los supervivientes fueron ocultados por los vencedores, víctimas ahora de una estrategia propagandística que les negó el derecho a ser siquiera confortados. Los efectos tardíos de la radiación concedían un carácter mucho más despiadado a la acción bélica y desbarataban la teoría de que los sacrificados de Hiroshima y Nagasaki evitaron en realidad un saldo en sangre mucho más disparatado. Así que tras la muerte vino el olvido, una omisión espesa que en algunos aspectos fue peor que la bomba misma. Viendo ayer en el periódico las cifras del paro pensé en los hibakushas. En esos casi seis millones de personas sobre los que ha sido arrojada la bomba de la crisis. En la perplejidad con la que procesarán el discurso de que su sacrificio es inevitable y no tiene solución inmediata. En que tienen que penar y convivir con la dignidad herida y en silencio porque para recuperar el rumbo alguien tiene que quedarse en el camino y ahora, aquí, les ha tocado a ellos. Y pensé en que la historia debería juzgar a sus verdugos con la misma repulsión con la que ahora despreciamos a los carniceros de Hiroshima.