El Gobierno de Willy el Rápido

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

11 ene 2012 . Actualizado a las 07:02 h.

L o primero que hay que decir es que Mariano Rajoy no va por la política de sordo oficial. Había un clamor para que hablara, y rompió su largo y espeso silencio. Lo rompió, eso sí, como quiso: eligiendo el formato, el escenario y el interlocutor, que es un privilegio normalmente concedido a los gobernantes. En ese punto, ni una objeción. Tiene derecho a sentirse cómodo en su primera entrevista, tiene derecho a evitar irrupciones de periodistas insolentes y supongo que tiene derecho a evitar preguntas a las que todavía no puede responder por el poco tiempo que lleva en el Gobierno. Su proverbial cautela se ha combinado con su no menos proverbial prudencia.

Lo más sorprendente de sus revelaciones, la rapidez con que actúa este Gabinete. Por ejemplo, en la subida de impuestos. Según Rajoy, el 27 de diciembre la Intervención General del Estado le comunica un agujero de 20.000 millones más. Y a menos de 72 horas de esa comunicación, el Gobierno ya ha decidido subir el IRPF, los porcentajes de la escala, la progresividad del incremento y el importe de lo recaudable. Algo parecido, con el IBI: en el mismo plazo ya se sabía cuáles deberían ser las viviendas afectadas, el criterio de selección y el importe de la recaudación. Y lo más prodigioso, la transformación mental: en menos de tres días se enterró una filosofía fiscal de muchos años. Este es el Gobierno de Willy el Rápido.

En cuanto a la forma, Rajoy no es hombre de florituras. Pero cuando se le pedía que hablara, no era solo para justificar los criterios de elección de ministros, cosa que pudo hacer el día que comunicó -sin preguntas- la designación. Se le agradece que haya aclarado de dónde surge el agujero del déficit, que es un palo en toda regla a las autonomías. Confirma que no ha renunciado a ninguna reforma. Y yo debo añadir que sigo encontrando un Rajoy muy tecnócrata. La responsabilidad de la presidencia le hace actuar como el administrador o el consejero delegado de una gran empresa que presenta informes asépticos. Sigo echando en falta el discurso del aliento, de la llamada al sacrificio, de la presentación de ese plan global cuya ausencia él mismo tanto reprochó a Zapatero. Quizá soy un romántico que entiende que, si la situación es dramática, hay que mirarle a los ojos al país y conducirlo con autoridad, pero también con sentimientos. Pero, claro, una entrevista de agencia quizá no sea el formato adecuado.

De todas formas, habló y acalló una demanda social. Y al final me queda una duda que algún lector probablemente compartirá: si las grandes causantes del déficit son las autonomías, ¿por qué un contribuyente de mi municipio de Pol tiene que pagar en su IRPF los desmanes de la Valencia de Camps?