El auténtico enemigo de la Iglesia

OPINIÓN

27 nov 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

EL AUTÉNTICO enemigo de la Iglesia no es el PSOE, es la indiferencia y el nihilismo contemporáneo. La Iglesia se fundó hace casi veinte siglos en un ambiente de persecución y, desde entonces, sobrevivió a todos los ataques, incluido el anticlericalismo más incendiario. Y es que, paradójicamente, el ataque puede ser el modo de dar una mayor consistencia a lo atacado. Por eso el problema, para el futuro de la Iglesia, no está en sus pretendidos perseguidores. Tampoco tiene nada que temer de los, cada vez más escasos, ateos militantes. El futuro de la Iglesia se ve mucho más comprometido por la epidemia de agnosticismo. El ateo, al menos, se preocupa por la cuestión religiosa. Se implica y adopta una decisión. Pero, el sujeto de la posmodernidad, al modo del Bartleby de Melville, prefiere no hacerlo. El cardenal Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal, nos acaba de recordar el ambiente de «total abandono de la fe en el que viven no raramente familias y lugares de España de toda condición social». Esto es algo que todos percibimos. Tal vez lo único que se nos ocurriría matizar a esta observación es que no se puede abandonar un lugar en el que muchos ya no han estado. La Iglesia debería preocuparse realmente si deja de ser motivo de beligerancia. El riesgo para el futuro de la religión cristiana no viene de los que se oponen a ella, viene de su caída en el olvido para muchos. Esta indiferencia silente es la propia de los que no se pronuncian, de los que permanecen ajenos a la cuestión al no sentirse concernidos. El declive de la influencia de la religión cristiana en la marcha de la sociedad, y en sus costumbres, es la consecuencia lógica del declinar de la función paterna porque, no lo olvidemos, la religión cristiana es una religión del padre. Por eso, acompañando a este fenómeno, se produce un incremento del atractivo, en Occidente, de las religiones orientales basadas en el hermano que hizo el camino de la perfección, como es el caso del budismo en sus diferentes variantes. Pero, también, el retorno de la figura más feroz del padre bajo la forma del fundamentalismo religioso.