Marruecos se aferra a los milagros: «La ayuda llega tarde, no encontrarán supervivientes»

Mikel Ayestaran AMIZMIZ / COLPISA

INTERNACIONAL

La ayuda internacional llega a la zona del seísmo cuando decaen las esperanzas de hallar supervivientes y en medio del enfado por la lentitud del Gobierno

20 sep 2023 . Actualizado a las 20:04 h.

La ayuda internacional tardó 72 horas en llegar a las faldas del Atlas y con ella entraron también los camiones militares marroquíes con mantas y comida. La demora en contestar a la oferta de ayuda por parte de la comunidad extranjera, la lenta respuesta del Ejército y el silencio de las autoridades han recibido la crítica de los supervivientes, impotentes, enfadados y rotos por la cicatriz abierta en sus vidas por el terremoto del pasado viernes. El Gobierno marroquí se defendió de las críticas sobre su escasa capacidad de reacción y la descoordinación a través de su portavoz, Mustafá Baitas, quien compartió un vídeo en internet en el que dijo que las autoridades habían organizado operaciones de búsqueda, rescate y recuperación «rápidas y efectivas». Palabras alejadas de estas montañas.

«¡La bandera de España y el Ejército español desplegado en Marruecos, no me lo puedo creer!», exclamaba Hamid, veterano periodista marroquí con una legión de seguidores en redes sociales que esperó toda la madrugada del lunes en Amizmiz la llegada de la ayuda internacional. «El terremoto ha podido con las diferencias políticas y ha demostrado que somos pueblos hermanos. Cuarenta y ocho años después de la Marcha Verde, los militares españoles vuelven para ayudar a nuestro pueblo», es el mensaje que repite en su conexión en directo de la mañana desde el campamento que españoles y británicos levantan en esta localidad que es la puerta al Atlas.

Los equipos de rescate se presentaron 72 horas después del mayor terremoto del siglo en Marruecos. Es un momento crítico porque a partir de ahora sacar a alguien con vida de entre las ruinas será un milagro, según indican los expertos. «Estábamos listos para venir antes, pero lo hemos hecho cuando ha llegado el permiso. No tenemos indicios de que haya personas con vida bajo los escombros. Cuando este tipo de edificación colapsa no quedan espacios de vida, pero la esperanza es lo último que se pierde. La prioridad siguen siendo los rescates. Hemos enviado perros y drones en colaboración con los ingleses», comenta el comandante Enrique Bascuas, de la Unidad Española de Emergencia (UME).

Muy cerca de los militares españoles está el equipo de Bomberos Unidos Sin Fronteras y, para ellos, «la gran dificultad es el acceso. Se están abriendo caminos cortados, pero a muchos lugares solo se llega en todoterreno», explica Lorenzo Álvarez, miembro de este equipo. El desastre se extiende por todas las aldeas que cuelgan de las faldas del Atlas y en muchos casos el helicóptero es la única forma de acceso.

Campo para desplazados

Las calles de Amizmiz son un improvisado campo para desplazados. La provincia de Al Hauz ha sido la más afectada y donde se concentra el mayor número de los más de 2.800 muertos registrados hasta ahora: el último recuento oficial conocido arrojaba la cifra de 2.862 fallecidos, mientras que la cifra de heridos ascendía ya a 2.562. El número total de víctimas sube conforme se accede a nuevas aldeas. La gente ha salido de sus casas y vive en tiendas levantadas en las aceras. Hasta aquí también han llegado algunos de los supervivientes de los pueblos vecinos y se han instalado en zonas de la periferia, sin perder de vista la montaña. Una gran carpa aledaña al hospital asiste a los heridos.

Los médicos han preferido no usar el centro sanitario ante el riesgo de derrumbe. La rotación de víctimas es constante. El seísmo ha causado más de 2.500 heridos. Muchos han caminado o los han transportado en camillas a lo largo de kilómetros. Las suturas y las fracturas se multiplican. «Los casos más graves los enviamos a Marrakech», explica un médico.

Urgenciólogos de distintos países, entre ellos España, se han puesto a disposición de las autoridades para viajar a Marruecos a prestar ayuda. «Necesitamos de todo, servicios, agua, comida, tiendas de campaña, colchones y ropa de abrigo», enumera Tawfik, estudiante de inglés de 19 años y miembro del grupo de voluntarios que trata de coordinar la ayuda que traen los marroquíes de otras ciudades. Llegan con sus coches cargados de víveres y los descargan en este campo del extrarradio donde no para de aparecer gente. «Estamos muy agradecidos a la llegada de la ayuda internacional, pero es tarde. No encontrarán supervivientes», lamenta este joven, quien ha perdido a cuatro miembros de su familia. Otros damnificados relatan tragedias igualmente imposibles de digerir, como una mujer que vio morir a catorce allegados entre hermanas, cuñados, hijos y primas al colapsar la casa en la que vivían todos ellos.

Huseín es uno de los afortunados que ha logrado una tienda. Es profesor, pero sabe que pasará tiempo hasta que regrese a las aulas porque «los colegios de la zona han quedado muy dañados. Habrá que empezar en tiendas». Además de ropa y comida, él pide «medicinas para enfermos crónicos como diabéticos. No tenemos insulina, no tenemos absolutamente nada y los hospitales están colapsados».

Reparto de mantas

En la plaza de Amizmiz se vive una escena que nadie había visto hasta el momento. Tres grandes camiones militares del ejército de Marruecos entregan mantas a la población que hace cola con impaciencia. Los soldados forman una cadena humana para pasarse las mantas y entregarlas una por una. Realizan el trabajo en silencio y ante la dura mirada de unos vecinos llenos de ira porque se han sentido abandonados.

Siguen sin agua ni electricidad, todos los comercios están cerrados y hasta ahora han dependido de lo que voluntarios, familiares y amigos traían desde Marrakech. Jadija llora sin consuelo. Ha perdido a su sobrina, murió en sus brazos. Ahora deambula por la plaza de Amizmiz sin rumbo fijo. Es increíble la cantidad de gente en un estado de shock semejante. «Estábamos cenando todos juntos y de pronto, en unos segundos, ella estaba muerta y mi casa no existía. Somos gente buena, pobre, teníamos una vida tranquila. ¿Qué será ahora de nosotros?», se pregunta desesperada. La misma pregunta que tienen en la cabeza los miles de supervivientes. Día a día despiertan de la pesadilla del terremoto y se dan cuenta de que el temblor les ha robado la vida, mejor o peor, que tenían hasta la noche del viernes.