Anuncia la salida del Acuerdo de París, al que solo renunciaron Siria y Nicaragua
02 jun 2017 . Actualizado a las 07:42 h.En un intento de proyectar una victoria de la nueva Administración con mensaje a fieles y detractores, Donald Trump congregó a la cúpula del Gobierno en los jardines de la Casa Blanca para anunciar la salida de EE.UU. del Acuerdo de París. «Yo pongo a América primero y siempre lo haré», dijo el presidente convirtiendo su comparecencia en un mitin en el que anunció una nueva era de prosperidad nacional. Fue esta la estrategia que siguió el Ejecutivo, presentar el pacto como un acuerdo económico que daña los intereses de EE.UU. y evitar a toda costa el terreno científico.
¿Por qué abandona?
El neoyorquino siempre se refirió al pacto como un «fraude» y un «invento de los chinos» que frena el crecimiento económico del país. Ayer, Trump aseguró que el cumplimiento del acuerdo y «sus restricciones» podrían conllevar a la pérdida de 2,7 millones de empleos estadounidenses hasta el 2025, dato que utilizó para presentar la retirada de EE.UU. como una victoria para la economía nacional. Además definió el mismo como ejemplo de un trato desventajoso para el país en clara referencia a China y Europa: «No permitiré intromisiones a la soberanía nacional».
¿Quién le apoya?
El ala ultraderechista de la Casa Blanca ha sido la que más ha presionado al presidente para abandonar el acuerdo. Los rostros que han liderado esta postura han sido el extremista Steve Bannon y el director de la Agencia de Protección Ambiental, Scott Pruitt. «Ya no mandan los grupos de interés», dijo Pruitt. Buena parte del Partido Republicano es de la misma opinión y ayer aplaudieron la medida.
¿Quién se opone?
Ivanka Trump, su marido, Jared Kushner, y el secretario de Estado, Rex Tillerson, han sido quienes han tratado de hacer cambiar de opinión al republicano. La salida del acuerdo encontró la sorprendente oposición de grandes petroleras como Exxon Mobil y Royal Dutch Shell, que creen que seguir dentro del acuerdo es beneficioso para la competitividad del país en sectores estratégicos como las energías limpias. Otros gigantes como Tesla, Walmart, Apple o Google apostaron también por la permanencia. Además, siete de cada diez estadounidenses apoyan seguir formando parte del acuerdo, según las últimas encuestas. Incluso el Pentágono advirtió de las consecuencias perjudiciales de una salida, por encima de la seguridad nacional. El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, calificó la decisión de «golpe bajo».
¿Qué consecuencias políticas tendrá la medida?
Indudablemente, la salida del acuerdo aislará a EE.UU. de una gran cantidad de aliados internacionales y confirma sus intenciones de ir en dirección opuesta a la unidad de acción de las potencias que conforman el G7 y el G20. La posición del país queda seriamente dañada porque conviene no olvidar que se aísla de casi todas las naciones de la Tierra. Solo hay dos países pertenecientes a las Naciones Unidas que no formaban parte del acuerdo: Siria y Nicaragua. Hasta la Corea del Norte de Kim Jong-un firmó su adhesión. A partir de ahora se abren nuevos escenarios, como que se produzca un efecto contagio y algunos países aprovechen la marcha de EE.UU. para salir también, o por el contrario que la unión entre naciones se consolide, tal y como ayer por ejemplo, acordaron la Unión Europea y China forjando una nueva alianza en la lucha contra el cambio climático. El que Estados Unidos salga del pacto supone también que ya no participará en las reuniones del grupo y perderá por tanto la oportunidad de negociar con los mismos, tal y como ocurrió por ejemplo en el último encuentro del G7.
¿Cómo se hará efectiva la salida?
El proceso de salida es complejo y requerirá de tres a cuatro años. Por eso es importante el anuncio de que el regreso es negociable y que Estados Unidos buscará otro acuerdo «que sea justo». Y es que teniendo en cuenta los tiempos, podría ser que el abandono real no se completase jamás.
EE.UU. mantendrá en Tel Aviv su embajada en Israel, que se declara decepcionado
Trump decidió mantener la embajada de EE.UU. en la ciudad de Tel Aviv, y no trasladarla a Jerusalén, al menos por el momento. La Casa Blanca justificó su decisión asegurando que tratan así de maximizar las posibilidades de negociación entre israelíes y palestinos. La mudanza habría inclinado la balanza del lado hebreo en un territorio fuertemente disputado: Israel reclama Jerusalén como capital, mientras Palestina quiere la parte oriental.
Con este movimiento, el presidente de EE.UU. se ha ganado el aplauso de los palestinos, aunque para su histórico aliado ha supuesto un jarro de agua fría. Tal y como ayer manifestó el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, el mantenimiento de la delegación diplomática en Tel Aviv supone una decepción para los israelíes, que se ven ahora como víctimas de un nuevo incumplimiento de Trump con una de sus promesas de campaña y una vieja aspiración republicana. La desilusión fue compartida por muchos de los partidarios del mandatario estadounidense, aunque hay que recordar que Trump todavía tiene siete oportunidades más de cambiar de opinión, ya que la excepción tiene que firmarse dos veces al año. Desde 1995, todos los presidentes han postergado su decisión alegando que podría dañar la seguridad nacional de EE.UU.