El anuncio oficial del levantamiento de las sanciones contra Irán se hacía esperar ayer en Viena, pero los gestos conciliadores que se iban acumulando -entre ellos, un canje de prisioneros a última hora entre Washington y Teherán- permitían suponer que se trataba de algo inminente.
Al margen de los efectos económicos, importantísimos para Irán y el resto del mundo, ese levantamiento de sanciones llegará en un momento crucial de la historia política iraní. Tras dos años de Gobierno con los moderados del ayatolá Rohaní en el poder, el país deberá decidir el mes que viene si les da también una mayoría en el Parlamento. Pero en febrero se celebran otras elecciones todavía más importantes: las que permitirán renovar el Consejo de Expertos, un órgano extremadamente poderoso que, entre otras cosas, tiene la potestad de elegir al líder supremo del país. En estos momentos ese puesto lo ocupa Alí Jameneí, un ultraconservador, pero sus problemas de salud hacen presagiar que pronto tendrá que ser reemplazado. Para los moderados es una oportunidad de oro. En medio del entusiasmo general por el acuerdo nuclear y el levantamiento de sanciones, es posible que logren una buena presencia en este comité en el que siempre han estado en minoría. Es menos probable que, cuando llegue el momento, logren colocar a uno de los suyos como líder supremo, pero la esperanza de los moderados es que, al menos, puedan impulsar una reforma del puesto para el que suceda a Jameneí no disfrute del mismo poder casi ilimitado, y ampliar así el espacio del Gobierno y el Parlamento.
Sin embargo, y del mismo modo que el levantamiento de sanciones a Irán puede tener esos efectos positivos en su política interna, no garantiza que la situación en Oriente Medio vaya a mejorar. Podría ser incluso al contrario. Arabia Saudí lleva ya tiempo embarcada en una agresiva campaña de contención de Teherán en toda la región que le ha llevado a invadir Baréin, a bombardear Yemen, a incitar la rebelión de los suníes en Irak y sobre todo a financiar y apoyar a los yihadistas de Siria contra el Gobierno de Al Asad, aliado de Irán. El levantamiento de sanciones no hará sino exacerbar la paranoia de Arabia Saudí, no solo porque teme verse ante un Irán liberado de las ataduras de las sanciones sino también porque le inquieta su acercamiento a Washington, por pragmático y limitado que sea. Si Riad radicaliza aún más su política exterior, las consecuencias, desgraciadamente, las pagarán en Siria, Yemen, Líbano o Irak. Es una de tantas paradojas de esta región del mundo. Cuando se trata de Oriente Medio, incluso la distensión puede acarrear más tensión y los esfuerzos de paz, más guerra.
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