Corea del Norte ¿amenaza inminente?

Miguel A. Murado

INTERNACIONAL

El año pasado, las autoridades de Corea del Norte decidieron que no había ninguna razón para dejar de celebrar el cumpleaños del difunto líder Kim Yong-il, aunque en la práctica no siguiese realmente cumpliendo años

17 feb 2013 . Actualizado a las 06:00 h.

El año pasado, las autoridades de Corea del Norte decidieron que no había ninguna razón para dejar de celebrar el cumpleaños del difunto líder Kim Yong-il, aunque en la práctica no siguiese realmente cumpliendo años. Aun así, el nombre de la celebración se cambió por el de «Día de la Estrella Resplandeciente», que parece referirse a la estrella roja de la bandera norcoreana más que a la figura, bastante poco resplandeciente, del antiguo jefe del Estado.

Pero el nombre valdría también para la manera en que se han anunciado las conmemoraciones de este año: se celebró ayer, precedido en unos días con una explosión nuclear.

A esta prueba ha seguido la pauta ya habitual: afirmaciones sensacionalistas acerca de la capacidad de Pyongyang para lanzar un ataque nuclear contra Estados Unidos, maniobras conjuntas entre Seúl y Washington, súplicas a China para que influya en su aliado y, finalmente, nuevas sanciones para el régimen de Corea del Norte.

Pero, ¿cómo de seria es realmente la amenaza norcoreana?

El problema para apreciar la cuestión en su justa medida es que tanto Pyongyang como sus enemigos tienen interés en exagerar la importancia de los experimentos nucleares norcoreanos. Aunque haya movido los sismógrafos, la prueba de hace unos días produjo una explosión equivalente a seis kilotones, unas dimensiones que habría que calificar de modestas.

Capacidad real

En realidad, y aunque esta les ha salido algo mejor que las anteriores, Corea del Norte no ha logrado nunca ni acercarse a los diez kilotones a partir de los cuales se puede empezar a hablar de «armas de destrucción masiva». Suponiendo que pueda mantener el ritmo de sus investigaciones, el régimen comunista está todavía a unos cuantos años de poder desarrollar un arma nuclear eficaz. Además de esto, necesita de una capacidad misilísitica que está muy lejos de poseer, porque las bombas hay que lanzarlas con algo.

La puesta en órbita de un satélite, que se presentó recientemente como una señal de que los norcoreanos estaban a punto de lograrlo, fue otra exageración. Ese cohete, el Unha-3, está ya obsoleto, y se cree que Pyongyang se ha dado por vencido y trabaja ya en otro (el KN-08). Pero para eso faltan todavía unos cuantos años.

Hablamos, pues, al menos de de una década para que Corea del Norte posea la capacidad destructora que se le atribuye año tras año, y que en realidad no haría más que colocarla en la liga de las pequeñas potencias nucleares, como Pakistán, la India o Israel.

La suposición de que una dictadura totalitaria como Pyongyang estaría más dispuesta a utilizar esta clase de armas no está basada en ninguna evidencia empírica. El único país que las ha utilizado en la historia es una democracia.

¿Por qué, entonces, esta sensación de urgencia? Igual que la rutina de anuncios de ataques inminentes a Irán, estamos en el terreno de la guerra psicológica. Pensemos que en 1984 se decía que Irán estaba «a siete años» de fabricar una bomba atómica. Treinta años después no está claro ni siquiera que la esté fabricando (lo que es seguro, por ahora, es que intenta aprender a hacerla, que no es exactamente lo mismo).

Política de sanciones

Estas alarmas constantes son la manera en que mantiene unida a la comunidad internacional en una política de sanciones que, de otro modo, se desbarataría rápidamente. Pero las sanciones no pueden, ni intentan, detener los lentos programas nucleares de Corea del Norte o Irán. En ambos casos, existirían de todas formas, puesto que se trata de países fuera del control de las potencias internacionales. Causa y consecuencia no son fáciles de distinguir en la política internacional.

El mundo entre líneas

El régimen está a unos cuantos años de desarrollar un arma eficaz

Igual que en el caso de Irán, estamos en el terreno de la guerra psicológica