La caída a los infiernos de una familia modélica

Alberto Mahía SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

PACO RODRÍGUEZ

Rosario Porto y Alfonso Basterra, antes de ser detenidos por la muerte de su hija, tenían el respeto y admiración de una ciudad que los veía como una pareja ejemplar, involucrada en la vida social y cultural, propietarios de una pequeña fortuna y padres de una hija encantadora

01 nov 2015 . Actualizado a las 15:47 h.

Hasta hace dos años, Rosario Porto y Alfonso Basterra representaban la imagen de la familia perfecta. Eran jóvenes, tenían posibles y una hija inteligente y modélica. Ella participaba activamente en la vida cultural y social compostelana, y él, uno de esos hombres a los que cualquiera le compraría un coche usado. Ni un tachón. Nada de lo que avergonzarse en sus 23 años juntos. Pero asesinaron a Asunta y su efigie se derrumbó.

Solo ellos sabrán por qué lo hicieron, pero lo que sí parece estar muy claro es que este crimen, además de provocar la indignación y el dolor de una ciudad tranquila, destapó un secreto muy bien guardado. Que esa pareja no era todo lo feliz que insinuaba ser. Que detrás de aquella amable apariencia se escondía algo muy sucio. Que nada era lo que parecía. En esos ambientes en que se movían, de un desliz se suele salir vivo socialmente, pero de un asesinato jamás.

Rosario Porto y Alfonso Basterra se conocieron en 1990 en una cafetería de Santiago. Los presentó una amiga en común. Ella, estudiante de Derecho, tenía 21 años. Él, periodista, tenía 26. Alfonso gustaba mucho a los padres de Rosario, que acababa de dejar a su novio ferroviario de varios años. Rompió con él porque, como explicaría a uno de los psiquiatras que la trataron, la relación no contaba con el beneplácito de sus padres, pues la diferencia social entre ella y él era ancha. El periodista bilbaíno, sin embargo, era un hombre «culto, agradable y muy educado», como lo describió Rosario desde otro diván. Se casaron en 1996 y a su boda acudió la alta burguesía compostelana. Se casaba la hija del prestigioso abogado Francisco Porto y de la catedrática de Historia Socorro Ortega.

Nacida el 11 de julio de 1969, Rosario se crio prácticamente con su abuela materna. Y eso lo lamentó siempre porque así se lo confió a un psiquiatra: «Mis padres siempre estaban muy ocupados con sus actividades profesionales». Estaba mucho más apegada a él que a ella, a la que llegó a calificar en una consulta como una mujer «encantadoramente odiosa».

La primera crisis depresiva

Desde su escolarización frecuentó los ambientes escogidos por la burguesía y la élites más progresistas de la ciudad. Acudió a los centros públicos más reconocidos, el colegio público Pío XII y el prestigioso instituto Rosalía de Castro. Luego completaría su formación en el Reino Unido en el Yago School of Oxford. También estuvo en la Universidad de Lille y en la de París gracias a una beca Erasmus que dejó de disfrutar a los tres meses porque sufrió su primera crisis depresiva. Reconoce, según un informe psiquiátrico, que «en aquel país era una más y en Santiago, por la posición del padre, era mejor tratada». Se trata de su «primera herida narcisista y no tolera la frustración que le produce el no ser reconocida».

No obstante, y a pesar de que ahí comienzan sus trastornos depresivos, recuerda los ochenta como la «mejor etapa de la vida». Así lo contó en su exploración forense: «Fue una época muy buena, pero mis padres no estaban satisfechos conmigo».

Tras concluir el Bachillerato comenzó los estudios de Derecho en la facultad de la Universidade de Santiago. Su currículo se completó con Estudios de Especialización en Leyes en la London High School of Law de Londres con la obtención del diploma correspondiente. No era una brillante estudiante, pero aprobaba todo en junio. A continuación se trasladó a la Université París III-Formation Postuniversitaire International y a su regreso en 1996 comenzó a trabajar en el despacho del padre. «Me veía superada», recordó a un médico Rosario, no ya porque su progenitor fuese muy exigente, «aunque más consigo mismo que conmigo», sino porque dudaba si era aquello lo que le gustaba. De hecho, ella no quería estudiar solo Derecho, sino irse a Madrid a la Universidad Carlos III a cursar Derecho Económico. Pero sus padres la obligaron a quedarse en Santiago.

Al concluir la carrera se puso a trabajar con el padre en el despacho de la calle Montero Ríos, una de las más caras y cotizadas de la ciudad. El 3 de marzo de 1997 fue nombrada cónsul de Francia, representación que heredó de su padre, y que compatibilizó con el ejercicio de su profesión de abogada experta en temas de derecho internacional.

Poco o muy poco trascendió de sus primeros años de matrimonio más allá de sus deseos de tener un bebé. Alentados, sobre todo por los padres de Rosario, deciden adoptar. En el 2001 viajan a China y de allí regresan con Asunta en brazos. La niña apenas tenía 9 meses y aquello fue todo un acontecimiento en Santiago. Se trataba del primer niño chino prohijado en la ciudad y eso los llevó a ser portada de los periódicos y foco de las televisiones. Se muestran al mundo encantados. Hay una frase en una de aquellas entrevistas, sobre las demás, que llama poderosamente la atención. Es de Rosario, y no por oída deja de seguir causando estupor: «La adopción es para toda la vida». Porto lo dijo así, textualmente, ante cerca de 80.000 personas, el 8,9 % de los gallegos que a las 18.25 del 10 de julio del 2005 tenían encendido el televisor. «Es como una maternidad biológica» remató, por si había quedado alguna duda.

Rosario pone a su hija en los mismos raíles sobre los que transitó ella durante su infancia. La envía al Pío XII y luego al Rosalía de Castro. La matricula en piano, violín, chino, francés e inglés. También en ballet, disciplina artística que también la madre había practicado.

En algunas de las entrevistas con los psiquiatras que la trataron, Rosario no dejaba en buen lugar al esposo de aquellos años. ¿Qué hay de verdad y de mentira en tales confidencias que vieron la luz ahora? Tal vez nada a partes iguales. Quizás lo único cierto es que ella ya empezaba a tener claro que no se veía de vieja con él, y Alfonso no se enteraba.

Él «era un padrazo», pero «continuó siendo inconstante en los trabajos. Me minó su falta de ambición, responsabilidad, determinación. Muy bueno para escribir, fabular, pero nada más». Así describió Rosario a su entonces marido a los psiquiatras que la entrevistaron el 14 de marzo del 2014.

El dinero que entraba en casa era el de ella. En aquel hogar, él era quien se encargaba de la casa y de su hija. Los años fueron pasando hasta que a finales del 2011 se produce el primer gran golpe en la vida de Rosario. La muerte de su madre en diciembre y, siete meses después, la de su padre.

Entre medias, conoce a un hombre casado en el despacho e inicia una relación extramatrimonial. El empresario compostelano estaba esperando un hijo de su esposa y le dejó claro desde el principio que aquello jamás llegaría a nada serio. Ella lo aceptó, tal y como reconocería en otra de sus consultas psiquiátricas, pero no perdía la esperanza de ganarse su amor. «Cuando tienes una relación con alguien, pues tienes el deseo de que eso vaya subiendo y que en un momento determinado se decida, o seguir con su familia o...». Ya con la distancia, Rosario, según declaró en el juicio, ve aquello, simplemente como «una relación con encuentros esporádicos». También dijo en la misma sala, tal vez confiando en que el sumario tuviese la débil memoria de los peces, que Alfonso no le pegó nunca y que era un padre ejemplar. Ya , pero la víspera de Reyes del 2013, Alfonso se entera de la infidelidad. «Me puse energúmeno, pero nunca violento. Dije cosas muy feas», declaró el acusado en el juicio. Su exmujer recordó aquel episodio ante el juez Taín de manera bastante más traumática, pues confesó que se fue de su propia casa después de que él le hiciese un agujero a una puerta de una patada. Así relató aquella discusión la imputada por asesinar a su hija: «Él estaba como un energúmeno en casa: diciéndome, ?estás liada con mengano, me has roto la vida?... y no se qué, no sé cuántos... A mí me dio miedo. Llamé a una amiga que sabía todo eso. Me dio miedo y me fui de casa».

Regresó al día siguiente. Ya estaba más calmado. Lo que no le devuelve son las llaves del piso de sus suegros, pues se va a vivir allí durante tres días hasta que Rosario se entera y lo echa. «Se atrincheró en casa de mis padres y lo eché... Yo le di dinero... Se llevó las tarjetas de crédito», recordó Rosario al juez instructor a los pocos días de ser detenida.

«Después, como él no tenía ni oficio ni beneficio... Porque encima le habían echado de la revista y él me lo había ocultado. Como siempre... Él no tenía dónde ir. Yo le di dinero».

No tardó en volver. Lo hizo en mayo del 2013. Y en junio ya estaba de nuevo cenando en casa con Rosario «en amor y compañía», como describiría la escena la madrina de Asunta. Cierto que como amigos, pero sobre todo como cómplices. Solo Dios y ellos saben el porqué, pero según ha dictado un jurado popular hace dos días, en aquellas semanas acordaron matar a su hija. El cómo ya está demostrado. Así fue cómo cayó su estrella.

La cárcel de Teixeiro incrementa la vigilancia y el cuidado sobre los ahora culpables

Ya llevaba una semana Rosario Porto mucho más triste que de costumbre. La espera del veredicto la tenía atormentada y su compañera de celda la tenía muy vigilada y mimada. A Alfonso se le veía mejor. Él albergaba alguna esperanza, aunque lejana, pero ella ninguna, como reconoció su abogado, José Luis Gutiérrez Aranguren.

Pero ahora que ya se saben culpables y que en unas semanas les dirán que tienen que pasar encerrados 18 o 20 años más, las medidas de control sobre ellos se han incrementado. Se reinició el protocolo de prevención de suicidios y un preso sombra no les quita ojo ni mientras duermen.

Fuentes de la penitenciaría desvelan que llegaron de los Juzgados de Santiago completamente abatidos y «hundidos». Dicen que ella no ha parado de llorar desde entonces. Y que tuvo que escuchar algún insulto. Como aquellos del principio, cuando fue tan mal recibida por las reclusas, lo que le obligaba a evitar muchas veces los paseos del patio o las visitas a los lugares comunes.

No obstante, cuenta con un buen número de compañeras que la apoyan. Y a ellas se agarró estos días.

Reconciliación

También trascendió del interior del penal que el juicio los ha vuelto a unir. Después de dos años presos en los que ha pasado de todo entre ellos, se les ve completamente reconciliados. Porque hubo un tiempo en el que rompieron toda relación, cuando la abogada de Alfonso presentó su escrito de defensa hace un año y venía a dejar toda responsabilidad de la sedación de Asunta en Rosario. Eso, a pesar de que durante meses se habían estado carteando.

Como los motivos del crimen, también llevan con secreto su reconciliación. Si bien en público, durante las 23 sesiones de juicio, no mostraron ningún tipo de complicidad más allá de sus palabras, cuando uno dijo que «era la madre que toda niña desearía tener» y la otra declaró que «era un padre perfecto». Pero ni una mirada entre ellos, ni un brazo por la espalda. 

Visitas de amigos

Su vida en prisión transcurrió distinta. A él le escribió y le visitó mucha más gente que a ella. A Alfonso le animan varios amigos que guarda de su etapa en Bilbao y alguno de aquí. Pero siempre demostró su inadaptación. 

No como Rosario, que dentro gozó de las amistades que no le llegaban de fuera de la prisión. Será porque ella, lo dicen sus amigos, siempre fue una mujer que supo ganarse a la gente. Buena conversadora y alegre, en la prisión supo hacerse con el respeto de la mayoría de sus compañeras con gestos que no le vienen de su niñez en el colegio Pío XII, ni de su adolescencia en el Rosalía de Castro, ni de sus idiomas aprendidos en Inglaterra o Francia, ni de sus carreras, ni tampoco de sus diez años como cónsul. Sabe Dios de dónde le viene esa jerga que ahora domina para estar a la altura de la platea. En cuanto entró, cambió el registro. Supo adaptarse muy bien y hasta dominar el lenguaje carcelario.