Eugene es el piloto aliado de Laxe

Santiago Garrido Rial
s. g. rial CARBALLO / LA VOZ

GALICIA

Identifican en Connecticut al piloto militar que hizo un aterrizaje de emergencia en la playa de Traba durante una misión en 1944

29 may 2013 . Actualizado a las 18:05 h.

Un domingo de octubre de 1944, un bimotor Douglas A-26 Invader del transporte de la fuerza aérea estadounidense, que participaba en el último tramo de la Segunda Guerra Mundial, tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia en la playa de Traba de Laxe. Estaba pilotado por los oficiales Eugene Casale y John Kurek. La maniobra estuvo forzada al propagarse el fuego en la cabina. Dudaron entre lanzarse en paracaídas o posarse sobre la arena, y esta última opción fue la elegida. Hicieron bien: salieron vivos de la nave, ante la expectación de los vecinos.

No fue un suceso excepcional, ya que entre los años 1941 y 1944 la Costa da Morte fue escenario de numerosos incidentes aéreos (y submarinos) a causa de la contienda. Pero no todos tuvieron detrás un fotógrafo, en este caso José Vidal (gran retratista de Laxe, como Caamaño lo fue de Muxía), que inmortalizó los restos del avión contemplados por dos niños. Esa imagen se ha reproducido en numerosas cuadros y mostrado en periódicos, revistas y bares. Como en otros casos, la historia se quedaba ahí.

Pero esta vez ha tenido un final. El periódico Courant, de Connecticut (un estado de la costa este americana, casi paralelo a Laxe) la ha destacado esta semana, gracias a la curiosidad y empeño de un fotógrafo, Emilio Seoane, que vio esa foto en un bar de Laxe y decidió seguirle la pista. Lo hizo gracias al número de identificación del aparato, que aparece en la cola del avión, en una imagen muy clara, según Peter Marteka, el periodista que ha investigado el caso. Contactó con la agencia de investigación histórica de la fuerza aérea americana y con un historiador militar español, que permitieron descubrir el nombre de Casale. Localizó a la familia, tuvo la suerte de descubrir que todavía estaba vivo, envió la foto del avión, y de repente su mundo recuperó casi 70 años, que en realidad nunca había olvidado.

Eugene Casale, de 92 años, vive en la pequeña localidad de Glastonbury, en el condado de Hartford, el mismo de la capital de Connecticut. Ayer, su mujer Elsie atendía al teléfono y explicaba lo contentos y emocionados que se habían quedado al descubrir ese trozo de historia personal. También reconoció que no sabía cómo se había desencadenado todo. Con su marido al lado, que solo tomó el teléfono para saludar con cierta emoción, relató que tiene algunos problemas de memoria. «Está bien de salud, pero a menudo se olvida de todo lo que le pasó el día anterior, y sin embargo sí le viene a la cabeza lo de hace mucho más tiempo».

Gracias a eso pudo relatar los hechos al periódico local, pero también a su familia. «No hablaba demasiado de ello, solo del fuego en la cabina, la caída, y la gente, muy amigable y que le ayudó mucho», explica. A él y a su compañero, que falleció hace ya diez años. Casale, de padres italianos, -«aunque nacido en estados Unidos», precisa la esposa- dijo que recordaba la playa de Traba como la más hermosa que había visto hasta entonces, y que había sido «muy afortunado» ante el riesgo de explosión del aparato. Encargado de vuelos de transporte desde el área de Inglaterra, teóricamente no debería enfrentarse a misiones conflictivas. Retenidos durante seis meses por el Ejército Español, según detalla el Courant, finalmente fueron devueltos a Estados Unidos. Casale se dedicaría, con éxito, a entrenar perros de caza, y su compañero trabajó como ingeniero mecánico. Fue la última vez que volaron los dos juntos.

Hace unos meses, José Valiña, un vecino de Laxe de 88 años, recordaba ese incidente, del que fue testigo: «Vímolo vir voando do sur ata que ao pasar sobre a praia fixo un xiro en redondo e aterrou. Imos, imos, dixemos, e marchamos correndo para alá», relataba. Al poco rato llegaron otros vecinos. Recordaba: «Un dos pilotos sacou un feixe de papeis e queimounos alí mesmo, na praia, facendo xestos para que nos afastásemos porque podía haber unha explosión, e o outro non paraba de dicir ¿telephone, telephone?».