El «héroe» y la tragedia griega

Pablo González
p. gonzález REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

Apostolos Mangouras planeaba embarcarse a Estados Unidos, pero el destino lo unió al «Prestige» para siempre

22 nov 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Los capitanes se mueren siendo capitanes. Aunque no lo hagan sobre la cubierta de un barco. Esta es la tesis a la que se agarra Apostolos Mangouras (Karkinagri, isla de Icaria, 1935) cuando en el juicio se le recordaba que tuvo que recurrir a una capacitación chipriota para poder capitanear el Prestige una vez caducada la griega y tras la renuncia de su predecesor, Efstratios Kostazos. Los capitanes se mueren siendo capitanes. Y a veces lo hacen peleando por el buque, su carga y la tripulación.

-¿Se da cuenta usted -le preguntó a Mangouras su abogado- de que es una heroicidad haber permanecido en el barco en esas circunstancias?

-Sí. Y lo he pagado muy caro.

La tesis del heroísmo de Mangouras no es un simple recurso para estamparle una medalla en la pechera, a pesar de que estas preguntas tan preparadas pueden provocar cierto sonrojo. Se intenta demostrar que el capitán griego, al arriesgar su vida salvando el buque y la carga, estaba también intentando preservar el medio ambiente. Tan simple como una regla de tres.

El panorama del héroe inmerso en la tragedia se completa con aquellos que son su contrapeso en el relato: el Gobierno español, que los abogados dibujan con trazo grueso como un cuerpo administrativo que rema en una sola dirección: criminalizar a un viejo capitán para, en su opinión, esconder sus propios errores. La teoría del chivo expiatorio ha calado con fuerza en la opinión pública y el entorno del buque lo sabe. De ahí que se exploten las duras circunstancias por las que Mangouras termina en un calabozo una vez evacuado el 15 de noviembre del 2002 tras observar que ya hay una fisura visible en la cubierta del petrolero. Setenta horas sin dormir, sin comer nada caliente, de no ser por el café que una y otra vez se servían en el puente de mando. «Fue el peor día de mi vida. Me encerraron en una celda», dijo. Y añadió: «El único que fue llevado a la cárcel fui yo. Ni siquiera el capitán del Exxon Valdez fue encarcelado». Aunque posteriormente sí que hubo capitanes que sufrieron suertes similares, como el del Hebei Spirit o, más recientemente, el del Full City.

De cara a la sentencia será fundamental saber cuál es la anagnórisis de este protagonista de tragedia griega, ese momento en el que el personaje asume su propia verdad y cambia la dirección del relato ¿Es cuando asegura en un primer momento que la avería es interna, en el mamparo que separa el tanque 3 de carga del de lastre? ¿O cuando después afirma que la avería es externa, en el forro del buque, probablemente por el impacto de una ola o un objeto flotante? ¿Es la primera impresión la que vale o es la segunda producto de la reelaboración de la defensa, como sospecha la Fiscalía?

Mangouras asegura que el Prestige podía resistir «tifones y ciclones», pero poco después surgen esas olas gigantes que baqueteaban la cubierta como si fuera la de un submarino y que el servicio meteorológico francés considera factibles. La lógica mansedumbre del capitán con las preguntas de su abogado solo se rompió el martes cuando el letrado, muy interesado en que afirmara que durante el accidente una ola gigante atravesó el petrolero, apenas consiguió que dijera que no sabía exactamente «qué es lo que tocó el buque».

Sagaz y con reflejos

Mangouras ha demostrado con creces en los tres días de declaración que su cabeza, a sus 77 años, aún funciona a la perfección. Es sagaz, y tiene reflejos para adelantarse a las intenciones de sus interrogadores. Resiste la monotonía de las preguntas, como solo los marineros asumen la monotonía del mar. Y ha pasado lo peor de su travesía judicial dignamente.

Su vida, en cambio, seguirá unida al Prestige por mucho tiempo. Aunque podría haber tomado otro rumbo. Antes de que en el verano del 2002 lo llamaran para hacerse cargo del petrolero en San Petersburgo, Mangouras planeaba embarcarse a Estados Unidos. Como en las tragedias griegas, el azar juega sus cartas como un personaje más.