20 abr 2013 . Actualizado a las 06:00 h.

El día a día nos envuelve de tal modo que caemos en el error de acostumbrarnos a casi todo. Como cuando se pasa, mañana tras mañana, ante un edificio en ruinas y el cerebro archiva la imagen como estampa habitual. Y dejamos de verla.

Hasta que llega un clic. Algo que nos obliga a pararnos. A echar la vista atrás. Eso es lo que ha pasado con Astano. Porque, en mes y medio, la actividad en este astillero, ya agónica desde hace años, entrará en coma inducido.

Y digo inducido porque es así. Inducido. De ello se han ocupado los Gobiernos centrales, bien en manos del PP bien en manos del PSOE. Que aquí hay para todos. Aunque se diga una cosa u otra en función de si se está al mando o en la oposición.

Lo que fue un referente internacional de construcción naval civil, con su gran época de esplendor entre 1965 y 1975, es hoy un desierto. Un astillero vacío. Y esa falta de actividad ha ido castigando, con otros factores, la economía de la zona hasta ahogarla.

¿De quién es la responsabilidad de que haya sucedido esto? ¿Cómo se ha podido dejar languidecer de este modo la antigua Astano y todo el conocimiento acumulado en su interior? ¿Por qué ha tocado aquí pagar ese peaje? ¿A dónde fueron las contrapartidas? ¿No hay ningún modo de reactivarlo?

Si algo interesa se hace. Pero Astano, en Madrid y Bruselas, no interesa. Y solo la presión que se ejerza desde aquí puede variarlo. O eso, o nos seguimos acostumbrando a la ruina y al óxido de lo que fue brillante.