«El capitalismo desregulado es el mayor enemigo del planeta»

EXTRA VOZ

miquel taverna

La estrella de la izquierda norteamericana lanza un grito de alerta sobre la amenaza del cambio climático 

31 mar 2015 . Actualizado a las 13:31 h.

Su primer libro, No logo (2000), se convirtió en el manifiesto de la antiglobalización. Siete años después, La doctrina del shock, que analiza cómo las guerras, los golpes de Estado o los desastres naturales son utilizados como un pretexto para imponer el fundamentalismo de mercado, se convirtió en otra obra de referencia para la izquierda. Naomi Klein (Montreal, 1970) publica ahora Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima (Paidós), que propugna un cambio radical del sistema como única vía de evitar una catástrofe ecológica. «El capitalismo desregulado se ha convertido en el mayor enemigo del plantea», advierte. 

¿Por qué considera incompatible el capitalismo desregulado con la lucha contra el cambio climático?

Si queremos entender por qué hemos fracasado hasta ahora, buena parte de ello puede explicarse porque cuando los países empezaron a reunirse para negociar la reducción las emisiones, a finales de los años 80, era el momento triunfal del neoliberalismo, cuando cayó el Muro de Berlín y Francis Fukuyama certificó el final de la historia. Era el peor momento posible. El capitalismo desregulado provocó una explosión de las emisiones de dióxido de carbono. Sus principios son la desregulación del sector privado, las privatizaciones del sector público, la austeridad y la reducción de los impuestos a las grandes empresas y a los ricos, que son incompatibles con la lucha contra el cambio climático. Este exige regular las empresas contaminantes, controlar los sectores que se han privatizado, como el energético y las líneas aéreas, y recursos para financiar la transición a otros tipos de energía. La era de la globalización, que va en paralelo con la era del cambio climático, llevó esta forma de capitalismo desregulado a todos los rincones del mundo. Así que el capitalismo desregulado, que ha creado el cambio climático, ha ido quitando sistemáticamente a los políticos las herramientas que tenían en sus manos y el problema ha empeorado mucho más. Han sido 25 años perdidos. 

¿Qué consecuencias ha tenido esa desregulación?

Nadie pone límites a las grandes empresas energéticas, lo que tiene consecuencias desastrosas. En lugar de apostar por las energías renovables, están pasando de las fuentes convencionales de combustibles fósiles a otras aún más sucias y peligrosas, como el gas obtenido por fracking o el petróleo extraído mediante perforaciones de aguas profundas, Ahora no solo hay un conflicto entre el capitalismo desregulado y el cambio climático sino también entre el crecimiento económico indiscriminado, que es la base del sistema, y el cambio climático.

Usted repite que el cambio climático es también una oportunidad.

El cambio climático nos proporcionan también el mejor argumento y una oportunidad histórica para exigir una rápida transformación del sistema económico, recuperar nuestras democracias de las garras de las grandes empresas y los bancos, promover políticas que mejoren de forma espectacular la vida de la mayoría de las personas, invertir en infraestructuras como el transporte público, generar muchos empleos, reducir los niveles inaceptables de desigualdad entre ricos y pobres y crear un sistema más descentralizado de energía. También hace que se ponga de manifiesto la urgencia de acabar con un sistema salvajemente injusto.

Si está en juego la supervivencia del planeta, ¿por qué no hay una alarma social ni el cambio climático ocupa un lugar central en la agenda política?

 Porque el problema sea tan grave que el cambio que necesitamos es tan radical que supone un enorme desafío para la lógica dominante. Por eso el libro se titula Esto lo cambia todo. Se necesitan cambios radicales y una revolución en la forma de pensar. A la mayoría de la población le cuesta hacerse una idea de la dimensión de la amenaza a la que nos enfrentamos y prefiere mirar hacia otro lado y centrarse en sus preocupaciones cotidianas. Una cosa que aprendí cuando escribí La doctrina del shock es que nuestras élites son muy buenas en declarar una crisis cuando quieren, crear a veces una falsa sensación de urgencia para desmantelar el sector público o bajar los sueldos. Nuestros dirigentes nunca han tratado el cambio climático como una crisis, aunque entraña muchos más riesgos que la financiera, para la que sí ha habido billones de dólares. Pero los gobiernos no son los únicos que pueden declarar una crisis, también lo pueden hacer los movimientos sociales. Es el momento de hacer sonar todas las alarmas. Si se observan históricamente los movimientos sociales de masas en favor de las mujeres, por los derechos civiles, contra la opresión de los trabajadores o la esclavitud, no se produjeron porque las élites dijeran esto es una crisis sino porque sus protestas las convirtieron en crisis. Los grandes cambios se producen cuando hay una presión social. La crisis real es que estamos haciendo de nuestro planeta un lugar donde no se puede vivir y actuamos como si aquello que es abundante fuese escaso, nuestra capacidad para crear dinero, y como si lo que de verdad es escaso fuese abundante, la capacidad de la tierra para absorber nuestra contaminación y proporcionarnos suficientes recursos para todos.

Insiste que ya no es el tiempo de los cambios graduales ni de las iniciativas exclusivamente individuales.

Durante mucho tiempo hemos estado individualizando la solución al cambio climático, creímos que con cambiar nuestro estilo vida y nuestros hábitos de consumo era suficiente. Pero las emisiones siguen aumentando, porque no estamos implementando las políticas adecuadas, no estamos diciendo a las grandes corporaciones que dejen de sacar carbón de la tierra. Aunque esas acciones individuales son importantes, lo es mucho más lo que hagamos colectivamente. Estamos en un momento en el que tenemos una tremenda responsabilidad porque lo que hagamos tendrá un impacto decisivo sobre las generaciones venideras.

¿A qué amenaza nos enfrentamos si  se supera el aumento de un máximo de dos grados de la temperatura que la comunidad internacional se fijó como objetivo y alcanzamos los 4 que prevé el Banco Mundial antes de que acabe el siglo si no se actúa?

Los científicos dicen que esas temperaturas no son compatibles con la civilización organizada, esto no quiere decir que no sobreviviría ningún humano, pero provocaría olas de calor extremo, pérdida de ecosistemas y biodiversidad y una crisis social masiva, grandes partes del mundo serían inhabitables, habría muchísimos refugiados climáticos y más conflictos por los recursos escasos. Estamos viendo desastres naturales que están conectados con el cambio climático, pero si se alcanzan esas temperaturas habría uno detrás de otro. Para lograr el objetivo de no pasar de los 2 grados los países desarrollados, EE.UU y Europa, tendrían que reducir sus emisiones entre el 8 y el 10%.

En España, tras cinco años de aplicar políticas de austeridad la economía está creciendo. El Gobierno asegura que esto demuestra el éxito de las mismas. ¿Qué piensa usted?

Creo que es un ejemplo de por qué tener el crecimiento económica como una medida del éxito es un sinsentido desde la perspectiva social, porque el precio es el sacrificio de millones de personas, y ecológica.

España ha pasado a ser una referencia mundial en energías renovables a un ejemplo de regresión en este terreno. ¿Cómo lo valora?

Para mí es un caso de libro de por qué la lógica de la austeridad es incompatible con la acción climática. España estaba llevando a cabo una transición energética en el 2008, pero  en nombre de la austeridad las inversiones en energías renovables se cortaron de raíz y ahora está dando pasos de gigante en la dirección equivocada después de haber sido un referente mundial.  España necesita una democratización y una descentralización de la energía, como ha sucedido en Alemania. También en Grecia o Portugal ha habido recortes en estas energías.

Sin, embargo, Alemania, que predica e impone la austeridad a esos países, ha profundizado en la transición a las energías renovables.

Es por lo que los países del sur de Europa deberían decir a Alemania no vamos a hacer lo que decís sino lo que hacéis, porque ha creado 400.000 empleos en renovables, mientras España ha perdido 30.000. El 25% de su energía procede de las renovables, ha dado marcha atrás a las privatizaciones y la energía se ha descentralizado y democratizado, ahora son las ciudades las que la controlan. Al mismo tiempo  que hacía esto Alemania recetaba privatización energética a Grecia.

La acusan de proponer una revolución utópica.

La historia nos enseña que cuando llegamos a puntos inflexión las cosas empiezan a cambiar muy rápidamente y quizá estemos ahí. Cuando la gente me llama utópica o poco realista es importante entender que creer que podemos continuar así y que todo irá bien es una fantasía, eso sí que es utópico. Los hechos son que desde el 2000 las emisiones han ido subiendo a una media del 3,4% anual cuando en los 90 lo hacían al 1%. O bien nos quedamos en esta carretera o damos un volantazo a la historia. No existe ninguna opción no radical ante nosotros. Ya no nos queda tiempo. Es ahora o nunca. Tenemos que reducir la emisiones de forma radical porque nuestro futuro está en peligro. Con esto no quiero decir que sea fácil y ni siquiera que sea probable, porque las grandes empresas energéticas van a resistirse como fieras, pues hay mucho dinero en juego, pero sí que no tenemos el derecho a sucumbir a nuestra propia desesperación.

La acusan de culpar al capitalismo de todos los males, ahora también del cambio climático. ¿Qué sistema defiende?

Para bajar las emisiones basándonos en objetivos científicos necesitamos transformar nuestra economía radicalmente. Yo no digo que haya que eliminar los mercados ni la propiedad privada, pero si cambiar radicalmente los componentes de la mezcla del capitalismo, qué parte de la economía debe estar en manos del mercado, qué parte de la esfera pública y qué parte de las cooperativa. Sería un sistema tan cambiado que probablemente debería tener otro nombre. Pero no abordo este asunto desde una perspectiva ideológica, sino que intento ser lo más pragmática posible.