Nueva vida en Puerto Deseado

gladys vázquez REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

El mismo trabajo en el mar que los separó durante más de una década acaba de volver a unir a un matrimonio gallego en plena Patagonia argentina

02 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Clara Pintos y Salo Iglesias creían en el 2007 que habían hecho la mudanza de su vida. Se trasladaban de Marín a Salcedo. Allí habían construido el hogar de sus sueños. Todo gracias a su trabajo y perseverancia. El de una familia con un fuerte lazo con el mar. Salo tenía encima 17 años de navegación. Era jefe de máquinas en un pesquero. Lo que no imaginaba este matrimonio es que su gran mudanza estaba por llegar. «Navegaba campañas de seis meses en lugares como Senegal o Gran Sol. Solo estaba un mes en casa. Para mí dejar el barco era importante. Para mi mujer el cambio de realidad era más radical». Ese giro en su vida llegaba hace menos de un año cuando a Salo le ofrecían un destino en tierra. El problema era que ese destino estaba al otro lado del mundo: en Puerto Deseado, en plena Patagonia.

«Para mí el contacto con el mar continúa. Ahora vivo con mi esposa y tengo una relación más normal con mi familia en Galicia. En alta mar no siempre era posible comunicarse». Después del primer abismo mental, Clara, acostumbrada a sus quehaceres domésticos, no se lo pensó. «Tenía que dejar mi casa y separarme de mis hijos. Pero necesitaba pasar más tiempo con Salo». Sin darse la oportunidad de verse invadidos por una morriña que ya acechaba antes de partir, en septiembre Salo emprendía rumbo a lo desconocido. Clara llegaba en enero. «El viaje fue interminable», explican. «Desde que salimos de casa hasta que llegamos a Puerto Deseado pasaron 32 horas. Estamos lejos de todo. El pueblo más cercano está a unos 200 kilómetros. El aeropuerto más próximo [Comodoro Rivadavia] está a 300», agregan.

El aislamiento se nota en lo cotidiano para dos personas acostumbradas a vivir a tiro de piedra de la ciudad de Pontevedra. «Somos 16.000 habitantes. No hay mucho que hacer. No hay cines, por ejemplo. Es todo tranquilidad y no hay delincuencia».

«Se parece al desierto»

Clara confirma que este lugar tiene muy poco que ver con Galicia. El Atlántico es el único elemento común. «No hay árboles, no hay verde. Se parece mucho al desierto».

En Puerto Deseado, Salo sigue haciendo lo que le gusta. Forma parte del equipo de Argenova, una empresa del Grupo Pescanova. «Somos ocho trabajadores gallegos. También se han traído a parte de la familia», cuenta.

Mientras Salo cumple con su jornada laboral, Clara explora la zona junto a otra gallega. «Me dedico a la casa. Todos los días salgo a pasear con mi amiga Marina. Su marido es compañero de Salo». El calor de esta pequeña colonia gallega ha sido fundamental en su adaptación: «De vez en cuando comemos juntos. Intentamos hacer cosas parecidas a lo que hacíamos en casa. Es imposible no echar de menos nuestra tierra».

En Puerto Deseado los vecinos también son reservados «como en Galicia, pero nos han recibido bien». Lo que peor llevan Clara y Salo es el clima. «El viento y el frío te obligan a pasar mucho tiempo en casa. El agua es un bien escaso, pero la gente es muy paciente. No se estresan».

Vacaciones de verano

A estas alturas del año piensan en unas vacaciones de verano en Galicia. En su mente están sus hijos. Clara, la mayor, vive en Madrid. Emilio, el más joven, se ha quedado a cargo de la casa familiar en Salcedo. «La tecnología es un tesoro. El Skype y el WhatsApp nos ayudan a comunicarnos». Una modernidad que todavía no les permite sentir al otro lado del mundo los sabores de la comida gallega ni el aire que siempre han respirado en la costa de Pontevedra.