El atleta gallego Manuel Rosales corre hoy el maratón de la ciudad a sus 80 años
01 nov 2015 . Actualizado a las 14:30 h.«Españoles y gallegos vamos muchos, pero tan carroza como yo, ninguno». Así, con total naturalidad, habla el atleta Manuel Rosales (Marín, 1935) de su participación hoy en el Maratón de Nueva York, una cita a la que ya ha acudido en un total de 14 ocasiones -esta será la decimoquinta-, con un botín de ocho victorias en su categoría, varios segundos puestos y un octavo del que, acostumbrado a los éxitos, prefiere no acordarse.
Hace diez años, incluso veinte, ya se hablaba de Rosales como el atleta perpetuo o incombustible. Hoy, convertido en octogenario, se resiste a dejar de serlo. «El secreto es la voluntad, la constancia y la motivación. Entreno tres días a la semana y pienso que el deporte es la mejor medicina que puede haber». En su caso ha funcionado, pues aunque llega a la cita con molestias en un gemelo, presume de una salud de hierro y de no haber sufrido ninguna lesión importante. «Algunas goteras empiezan a aparecer», admite, pero nada que haya conseguido frenarle.
Su primera incursión en la cita neoyorquina hay que buscarla más de dos decenios atrás, cuando completaba la prueba en 2.32 -ahora se va hasta las cuatro horas, pero presume de que llega «con más de un atleta joven al lado»-. «En aquellos primeros años íbamos quince o veinte españoles, no más», rememora orgulloso. «Esta vez en Madrid éramos cientos de personas para coger el avión destino a Nueva York», añade.
La prueba le hipnotizó y desde entonces ha vuelto siempre que ha podido y que la falta de ayudas no se lo ha impedido. «Es muy emocionante. Corrí en muchas partes del mundo, pero esta carrera no se puede comparar con ninguna otra», señala. Tiene un gran recuerdo también del maratón de Atenas, pero si tiene que elegir, no duda. «Nueva York es una ciudad de ocho millones de habitantes que se vuelca completamente y que te llevan en volandas hasta cruzar la meta. El momento en el que lo logras es muy emocionante».
Su inicio en el atletismo fue tardío, cerca de la cuarentena, pero su vinculación al deporte siempre ha estado ahí. «Primero fui ciclista y cuando lo dejé tuve la necesidad de buscar otro que poder practicar», recuerda. Desde entonces no ha parado ni tiene intención de hacerlo, muy a pesar de algunos de sus familiares más cercanos, sobre todo de su mujer. «Lo llevan así, así. Pero es mi forma de ser, el deporte es algo que va conmigo». Tanto, que disfruta no solo corriendo, sino viendo que cada vez más gente lo hace. «A un viejo como yo se le cae el alma a los pies sabiendo que hay jóvenes que se drogan. En cambio cruzármelos corriendo es una ilusión enorme».
Su heredera
Pese a las reticencias familiares, también hay quien ha seguido sus pasos. Su hija Manoli corrió con él el maratón de Pontevedra la semana pasada y en el 2006 también le acompañó en Nueva York. Para ella lo raro sería no ver a su padre ejerciendo de atleta. «Nací con él así, corriendo cuando aún no estaba tan de moda como ahora. Sí es verdad con el paso del tiempo ya da un poco más de miedo, porque dices: ??¡Son 80 tacos y mecachis en la mar, puede pasarle cualquier cosa!??». En todo caso, tiene claro que contra la pasión de Manuel «no se puede luchar» y que, si el cuerpo aguanta, le quedan muchos maratones por completar.