Sergio Del Molino: «En el campesinado hay un rencor que en muchos casos está justificado»

Tamara Montero
tamara montero SANTIAGO / LA VOZ

CULTURA

XOAN A. SOLER

Su libro «La España vacía» viaja a través de los restos de una cultura que ha quedado reducida a mero folclore

25 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

España está vacía. En realidad, nunca se llenó del todo. Sergio del Molino (Madrid, 1979) emprendió un viaje por ese país que nunca fue para después contarlo en su ensayo La España vacía (Turner), todo un éxito de ventas.

-¿Por qué está vacía?

-Las causas se hunden incluso antes de la Edad Media. Son estructurales, seculares, tienen que ver con cómo se concibió el reparto de la propiedad de la tierra en España. Pero la causa más cercana y lo que nos importa tiene que ver con la revolución industrial y demográfica y con cómo eso solo afecta a una parte del país. Se abre una brecha enorme, insalvable a partir sobre todo de los años 50. Para mí ese es el punto de partida, porque no me interesan tanto las causas como las consecuencias para el país de ahora, si eso tiene algún tipo de reflejo en cómo vivimos hoy.

-El éxodo rural se ha dado en todos los países europeos. ¿Por qué en España es distinto?

-Primero porque el éxodo es mucho más tardío, llega incluso cien o 150 años más tarde. La memoria es mucho más reciente y las consecuencias son mucho más visibles, están en la biografía de la gente viva hoy. También porque el campo español parte de una situación de pobreza y de fragilidad mucho mayor que en el resto de campesinados de Europa occidental. En cuanto comienza el éxodo, esa cultura, que es muy frágil, no tiene posibilidad de sobrevivir y desaparece como un soplo. Es la desaparición de una cultura mucho más de subsistencia, mucho más extraña, mucho más exótica con respecto al país moderno -porque creo que había una incomprensión entre ambos mucho mayor-, y a la vez mucho más frágil, lo que hace que hoy solo exista de manera folclórica. Es muy difícil encontrar cultura campesina hoy en España.

-¿La España urbana y la rural están condenadas a no entenderse?

-La relación es muy complicada y tiene mucho de heterofobia, de desprecio mutuo. También es cierto que cuando hay dos Españas hay una tercera que nunca se ve, que para mí está representada en Miguel Delibes, que sería uno de esos puentes que hay y que apenas se ven, que comprende, que está en ambos mundos y que además su obra refleja la comprensión mutua entre ellos y que es posible entenderse, que la brecha no es absoluta ni radical.

-En Galicia se han puesto en marcha políticas para intentar revertir el éxodo rural. ¿Luchamos con molinos de viento?

-Sí. Es muy difícil. La tendencia natural del sistema en el que vivimos es la concentración urbana. Esto hace que la población dispersa resulte muy caro administrarla, y hace mucho más difícil a la gente vivir, con lo que necesita incentivos. Y los que se trasladan lo hacen desde unas convicciones, o con aire, militantes, pero no es una decisión en la mayoría de los casos natural. Lo cómodo y lo sensato es vivir en un centro urbano. En general las políticas de desarrollo rural han sido brindis al sol, porque intentan revertir un fenómeno que va mucho más allá de la acción política, porque es como está organizado el mundo. Habría que cambiar de arriba a abajo el modelo.

-La fractura brutal se ha visto por ejemplo con el revuelo que creó Nega, de la banda de rap Los Chikos del Maíz, con su experiencia en Fuentidueña de Tajo.

-Sí [Ríe]. La identidad se construye en términos tribales y lo tribal implica que exista un otro al cual oponerte. Eso ocurre con la ciudad respecto al campo y también con el campo respecto a la ciudad. En el caso del campesinado lo que hay es un sentimiento de rencor que viene de siglos, una sensación de menosprecio y ninguneo, y en muchos aspectos su sentimiento está justificado. Su cultura ha sido despreciada y es normal que tengan un sentimiento de autodefensa y que la mera visita del señorito de ciudad se vea como una agresión. Por otro lado, la ciudad se explica como lugar de ascenso social, hay que marcar distancia con el otro y se hace desde el desprecio.