Milladoiro cerró anoche el Festival de Ortigueira, el más concurrido en años

Ana F. Cuba ORTIGUEIRA

CULTURA

ÁNGEL MANSO

Susana Seivane hizo vibrar al público con su espectáculo «Interxeracional»

18 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En 1978, en el primer Festival do Mundo Celta de Ortigueira, actuaron, por separado, Faíscas do Xiabre y los músicos Antonio Seoane y Rodrigo Romaní. Al año siguiente acudieron juntos, en el recién creado Milladoiro. «Estamos encantados de volver a Ortigueira, sempre é un pracer e hoxe está un día fantástico, como dirían os meteorólogos, o mellor da serie histórica», bromeaba ayer Moncho García, uno de los fundadores. En el 2014 volvieron después de siete años. Esta vez han tardado menos. Anoche cerraron el Festival Internacional do Mundo Celta, después de presentar en el teatro de la villa su nuevo proyecto, un cedé y deuvedé, «cos defectos e as virtudes do directo de hai dous anos», una noche irrepetible que compartieron con The Chieftains. La Banda de Gaitas Xarabal, en la que se inició Xosé Manuel Budiño, abrió la última velada del encuentro folk más concurrido de los últimos años en Ortigueira. Y con Mànran, una de las bandas escocesas más talentosas del momento, se apagaron las luces de esta trigésimo segunda edición.

Miles de folkies, la mayoría del centro y el norte peninsular, han gozado de cuatro noches de música y de otros tantos días de acampada en el pinar de la playa de Morouzos. El público llenó la explanada del puerto en la velada del sábado, la más multitudinaria. Susana Seivane y su clan, Os Seivane, hicieron vibrar a los festivaleros con su espectáculo Interxeracional, un viaje que arranca en 1939, cuando su abuelo construyó su primera gaita. Su padre, Álvaro; su tío, Xosé Manuel; su hermana, Saínza; su prima Irma y su sobrino Brais tocaron con ella. También la acompañaron los jovencísimos gaiteiros Yago Bouzada, Felipe Rey, Miguel Sanromán y Xaquín Bieito, y María López Carballo (zanfona); o los acordeonistas Andrés Penabad y Pablo Bermúdez. Todos juntos sobre el escenario recibieron la ovación del público.

Antes, Seivane puso a cantar a los festivaleros un tema que le enseñó su abueloQue dirán, que dirán, que dirán por aí? Que te quero e que te amo, e que morro por ti!»-; evocó al gaiteiro escocés Gordon Duncan, fallecido en 2005 (en enero participó en el homenaje que le tributaron en Glasgow) e interpretó un tema en francés, una composición «cargada de positivismo fronte a todas as adversidades e o ocorrido en Niza». «Condeno toda clase de terrorismo, veña do lado que veña», proclamó. El público bailó sin parar, desde la Rianxeira a la Muiñeira de Chantada.

«La combinación de música, playa, ambiente y pueblo es perfecta. Y hasta apagas el móvil»

La fórmula del Festival de Ortigueira es perfecta, en opinión de Luis, psicólogo coruñés, y de su amiga Sandra, toledana: «La música, la playa, el ambiente, el pueblo... Descansas, te desestresas y desconectas (...), ¡apagas el móvil!». El Mundo Celta propicia el milagro. «Ni WhatsApp ni Facebook... Aquí tienes a mano todo lo que necesitas», apuntala María, asturiana. La paz acabó ayer para muchos. La desbandada folkie comenzó a mediodía. Miles de jóvenes (la organización, a cargo del Concello, habla de 90.000 asistentes a esta edición) emprendieron la vuelta a casa «más morenos [alguno ciertamente colorado], con mucho sueño, pero con las pilas cargadas», aseguraba Luis, médico madrileño, devoto de la cita folk.

La máxima de que no hay Mundo Celta sin lluvia ha quedado desacreditada. Ortigueira ha rondado los 30 grados, aunque el nordeste ha mitigado la sensación térmica en Morouzos. Elena, Clara y Sara, portavoces de una pandilla de 30 estudiantes madrileños, sufrieron el baño de arena, pero nada logra perturbar a un folkie: «Es nuestro festival, el mejor del mundo». Y tal vez el más barato, al menos en su caso, con un gasto medio estimado de 60 euros. Hay quien se trae el puchero al bosque de Morouzos, hay quien se abona al bocadillo de chorizo y no faltan los «devoradores» de la gastronomía local, como Julián y Pedro, «moi galegos», que comen y cenan en las magníficas terrazas orteganas.