Maldad endemoniada de un Amenábar en «Regression»

José Luis Losa SAN SEBASTIÁN / E. LA VOZ

CULTURA

Javier Etxezarreta | Efe

El director que asombró con «Tesis» o «Los otros» confirma su declive creativo en el estreno mundial de su nuevo filme en la apertura del Festival de San Sebastián

19 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Un director nacional largamente ausente ocupó el foco de la inauguración del Festival de San Sebastián, cuyas mejores bazas parecen este año las de una programación arriesgada de cine español, con Álex de la Iglesia, Imanol Uribe, Pablo Agüero, Asier Altuna, Federico Veiroj y Agustí Villaronga en la sección oficial.

Regression es una première mundial en toda regla. Esto es, sin que haya pasado antes por el escaparate obligado de Toronto. Producción española y, como en Ágora, reparto internacional e inglés como lengua que hablan Ethan Hawke, Emma Watson o David Thewliss. Bueno, en Donostia no hablan nada porque ninguno de ellos acompañaba a su director en la defensa de la película. Feo, feo. Hay que estar cuando caen chuzos de punta, compañeros. Y es que Amenábar, más de seis años inactivo, regalaba a este festival una primicia fantástica de festival categoría A. Luego llegó la cruda realidad. Veo Regression y no acierto a concebir que el talento precoz de Tesis, que con 24 años logró perturbarnos y demostró manejar como un cineasta ya sabio las raíces del miedo, sea el mismo director encasquillado en la torpeza sin límites de esta ceremonia infausta de diablitos y calaveras. Esto de no creerte la involución tan extrema de un director es lo que se llama ya «hacerse un Egoyan», por el artista antes llamado Atom. O sea, que cuesta encontrar en el director de esta pésima película al mismo que firmó obras que estimo y que poseen una poderosa carga fantastique como Los otros, o un cierto sentido del riesgo en Abre los ojos.

Regression quiere ser una pieza de terror diabólico. Ethan Hawke encarna, impávido, a un detective que investiga a una secta satánica y sus misas negras. Pero antes de un santiamén ya tienes la certeza de que esto, más que otra cosa, es un sindiós. Emma Watson, joven endemoniada, da siempre aquí la sensación de haberse tomado mucho más de veras los embrujos de la serie Harry Potter que este aquelarre de cine del despropósito, lección de todo lo que no debe ser una película del género. Me acuerdo de aquella irrespirable Luisiana que fabricaba Alan Parker en El corazón del ángel, mientras no doy crédito a cómo Amenábar diseña sus guateques de brujas mágicas, sus maldiciones sodomitas, la enfática cargante de una narrativa de aprendiz, la banda sonora de Roque Baños que alterna una de coro de ángeles cuando toca trascendencia con otra de aullidos cada vez que se necesita preanunciar que llega un sustito.

Estas semillas de diablura devienen pronto cómicas, aunque el público de este festival sea tradicionalmente muy respetuoso y se abstenga de realizar intervenciones a modo de carcajada. Cuando ya me he desentendido de toda la tralla de abuelas maléficas, de sexo con cruces invertidas, de bebés sacrificiales, de sodomitas alopécicos y gatos de media cola, Amenábar es capaz de empeorar el balance haciendo un guiño a aquellas realidades virtuales que planteaba de modo sugestivo en Abre los ojos o incluso en Los otros. Y apela a una trascendencia impostada, la de la capacidad del ser humano para la sugestión, el invento, la fe en lo que no ha vivido. El intento de refugio en la racionalidad cuando, tras la función de deleznable hora y media de rabizas e íncubos, llega cuando ya es demasiado tarde para recular. Y lo que sí que es realísimo es el batacazo en el Kursaal, e imagino que el mal eco para la taquilla, de aquel niño-hombre que un día supo convertir la Facultad de Periodismo madrileña en la Casa del Horror. Pero que, pasados veinte años, es incapaz de generar otra cosa que estupefacción ante semejante impotencia a la hora de manejar la palabra miedo.

Como esto era solo la lujosa cortinilla, llegarán sin duda mejores noticias de esta lucha por la Concha de Oro en la cual junto a la nutrida presencia española ya citada, compiten autores poderosos como Terence Davies, Joachim Lafosse, Ben Weathley o esos dos locos imprevisibles que son los hermanos Larrieu. Y a olvidarnos ya de Alejandro Amenábar y del sustito.