¡De prisa, al cementerio!

Por Xosé Alfeirán A CORUÑA / LA VOZ

ABEGONDO

ALBERTO MARTI VILLARDEFRANCOS

La velocidad de los carruajes de los entierros generó una polémica en 1903 y enfrentamientos en comitivas fúnebres

23 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Querían renovar la forma de realizar los entierros. Para ello, el Ayuntamiento de A Coruña había comprado una nueva carroza fúnebre. Se trataba de un coche estufa para entierros de tercera clase, sobrio, con cuatro columnas en sus extremos que sostenían una cúpula y bajo ella, en una plataforma, se colocaba el ataúd. También serviría, cambiando sus adornos, para los de segunda y primera clase, estando previsto comprar para ellos nuevos carruajes más vistosos y elegantes. Para los pobres se seguiría utilizado el simple carro que todos conocían con el nombre de La Rosita.

Además había dictado una nueva normativa: quedaban suprimidas las comitivas de pobres con faroles y antorchas y se ordenaba, por motivos de higiene, acelerar el paso de los entierros por las calles.

La cuestión no era baladí, afectaba a prácticas enraizadas en la sociedad y conllevaba una cuestión de fondo sutil e importante que enfrentaba, desde hacía décadas en la ciudad, a dos concepciones distintas sobre las expresiones públicas de religiosidad: a clericales y anticlericales. Ambos bandos contaban con apoyos distintos e importantes, la Iglesia y las autoridades monárquicas estaban con los primeros, mientras que los segundos predominaban entre los republicanos, que tenían la mayoría en el Ayuntamiento, y los obreros anarquistas y socialistas. Por eso los posibles cambios se vivieron con expectación y cierto grado de pulsión, sobre todo en el asunto de la velocidad.

La nueva normativa entró en vigor el 16 de diciembre de 1902. Desaparecieron los hachones llevados por los pobres y se estrenó el nuevo carruaje, pero se siguió caminando con lentitud acompasando el ritmo con el de los sacerdotes que portaban la cruz, pendones religiosos y cirios encendidos. Parecía que casi todo seguiría igual, sin embargo se incrementó la tensión soterrada entre el clero parroquial, reticente a la nueva normativa, y los sectores republicanos anticlericales, deseosos de disminuir su presencia en la vida cotidiana.

El carro escapa de la comitiva

El escándalo estalló el 13 de diciembre de 1903. Ese día se celebró el entierro del padre Royo, superior de los jesuitas en A Coruña. Asistía un numeroso duelo formado por la mayoría de los párrocos, canónigos, sacerdotes y religiosos de la ciudad. A las dos de la tarde, el carro fúnebre se puso en marcha, partiendo desde la calle Juana de Vega. Ante la sorpresa de los asistentes, el cochero arrancó a buen paso y todo el acompañamiento tuvo que correr para seguirlo. A pesar de las protestas no aminoró la marcha. El duelo se quedó atrás y solo persistían algunos sacerdotes y acompañantes.

En el Campo de la Leña lograron parar el carruaje mortuorio. Varios sacerdotes se abalanzaron sobre el vehículo y trataron de sacar el féretro para conducirlo a hombros al cementerio. Hubo gritos e insultos, interviniendo los guardias municipales que por la fuerza consiguieron que el entierro continuase. Horas después volvía a suceder lo mismo en otro sepelio. Tras numerosas protestas en la prensa, se aprobó que la velocidad debía acompasarse a las personas.