Rumbo a Fisterra, donde todo empieza

Domingos Sampedro
Domingos Sampedro SANTIAGO / LA VOZ

FISTERRA

Antonio González

El calor sofocante marcó la última etapa de la ruta de los trasnos

02 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

No hay muchos lugares en el mundo con el imán de Fisterra, el fin de la tierra conocida por los antiguos. Está el sudafricano morro das Agulhas, donde el océano Índico se funde con el Atlántico, el acantilado de Nordkapp, en Noruega, el sol naciente de Tonga y poco más. Tampoco hay muchas formas de arribar al mítico Finis Terrae que no sea la única carretera que lo conecta con Europa. Aunque el Camiño dos Faros propone otra. Consiste en atacarlo por su cara noroeste, remontando primero el empinado monte do Facho, ese que guarda en sus entrañas los restos arqueológicos de lo que podría ser Dugium, el poblado de los nerios que habitaron estas latitudes antes de la llegada de los romanos. La leyenda, la historia y la mística se dan la mano en el último tramo de una ruta de senderismo de 200 kilómetros, que reservó para el final algunas de las estampas más sublimes.

El calor sofocante fue uno de los grandes protagonistas en la octava y última etapa del Camiño dos Faros, la que une Nemiña con Fisterra, y que el pasado sábado emprendieron 220 senderistas, pero que culminaron algunos menos. La escasez de sombra o de equipación crearon el caldo de cultivo para que entre los trasnos se produjeran unas cuantas bajas por principio de golpe de calor sin gravedad, aunque uno fue conducido al hospital Virxe da Xunqueira para recibir suero fisiológico.

La marcha arrancó con el cielo parcialmente cubierto. Los trasnos calentaron pierna bordeando el arenal hasta llegar a la mastodóntica piscifactoría levantaba durante en franquismo en Lires. A sus pies, la sinuosa playa que regala -dicen- una de las más bellas puestas de sol de Galicia. Lástima que sea también la única playa gallega cerrada al baño por su elevado índice de contaminación microbiológica. A partir de ese punto empiezan la ascensión por los acantilados de Punta Lagoa, Punta Besugueira y A Mexadoira, lugar mágico, donde un pequeño arroyo se precipita directamente al mar desde una altura de seis metros. A lo lejos se puede divisar ya la playa de O Rostro, muy apropiada para recorrerla descalzo durante 20 minutos, antes de arribar a los cantiles en los que encalló el Casón en 1987, causando las pavorosas explosiones de sodio. Buen momento para recordar como la endémica incompetencia de la autoridades y la psicosis generada por Chernóbil solo un año antes acabó provocando el desalojo anárquico de miles de personas de la comarca.

Desde este punto solo resta para llegar a meta el tránsito por Punta do Castelo, que oculta uno de los castros marítimos de mayor envergadura de Galicia, y el sacrificado ascenso al alto de la Nave. Desde allí, ya se puede divisar otro de los hitos de la ruta: O Centolo, la roca donde acabaron sus días buques como el Monitor Captain (1872), Rosseul (1874), Lionee (1875), o Bitten (1878), entre otros muchos. Esta aguas también fueron patrulladas a finales de 1939 por un lobo de los mares, el famoso U-49, el submarino nazi que echó a pique una decena de mercantes.

El Camiño dos Faros refunde todo eso en un sendero: historia, leyenda y un paisaje por momentos inhóspito, aderezado con el sacrificio personal de quien lo recrea. Para muchos es una verdadera experiencia personal. Una transformación interior. El fin de la tierra es para algunos el principio de todo. Ya lo decía el Nobel irlandés Seamus Heaney: «Galicia no es el fin de la tierra sino su comienzo». Y César Antonio Molina lo recreó en unos versos: «O final en Fisterra buscas/ pero nada do final en Fisterra atopas». Aquí, en el Finis Terrae, en realidad es donde todo empieza.

o camiño dos faros