Regresos de la familia al Corcubión natal

Luis Lamela CARBALLO / LA VOZ

CORCUBIÓN

Desde su llegada, Carmen sintió la distancia del mar Extrañó a sus padres y hermanas, resintiéndose su salud de forma progresiva

02 jun 2015 . Actualizado a las 09:37 h.

Desde su llegada, Carmen sintió la distancia del mar Extrañó a sus padres y hermanas, resintiéndose su salud de forma progresiva. Sujeta a los avatares de una vida cotidiana ajetreada atendiendo a los hijos, dos años después de su arribada a la Argentina, la familia acudió a Buenos Aires para buscar solución médica. Pero la mejoría no llegó y por eso a principios de 1932 decidieron dividir a Comodoro y Corcubión en dos tiempos, porque al otro lado del océano la mirada era otra. Mientras Francisco siguió en su puesto de trabajo, Carmen regresó a Corcubión junto con los tres hijos, Paquito, Manuel y Jesús, buscando unos aires más benignos.

Durante este tiempo en España, en los inviernos residieron en Ferrol en donde vivía su padre, el exnotario que se había trasladado a esa localidad en el mes de julio de 1924 después de haber trabajado en Corcubión más de 23 años. Pasaba Carmen los veranos en Corcubión, en donde Paquito vivió una pequeña parte de su preadolescencia, regresando a la Argentina en 1934, bastante antes de iniciarse la guerra civil española y después de haberse manifestado una cierta mejoría en la salud física. A partir de ahí, se abrió un largo paréntesis con Argentina presente y España ausente. Después de casi 30 años residiendo en Comodoro, Porrúa Figueroa ganó el reposo burgués. Su cargo de Agente Marítimo lo mantuvo hasta la jubilación, despidiéndose en 1951 muy satisfecho del trabajo bien hecho, trasladando su residencia a la localidad de Hurlingham, a unos cuarenta kilómetros de la capital argentina.

El último viaje a Galicia

Comodoro fue un lugar al que nunca, en realidad, perteneció totalmente Francisco. Si estaba allí era por una cuestión de equilibrio: morriña y obligación. Y, ahora, que había llegado a ese tiempo que parecía que nada podía resquebrajarse, su máximo objetivo estaba en disfrutar del día a día. Fue, en esas fechas cuando el matrimonio organizó el que sería su último viaje a Galicia. Y, aquí, durante su estancia en Corcubión, Francisco Porrúa hizo memoria de su tiempo, percatándose de la barbaridad que había cometido regresando en 1923 a América. Así se lo contó su hijo mayor, Francisco Paquito, cuando este se cruzó con su propio pasado, confesándoselo al escritor Fernández Naval en la siguiente reflexión: «Debeu quedar en Corcubión. Aquí -en Galicia-, a vida social de miña nai era saír polas tardes coas súas irmás, mentres que na Patagonia a paisaxe era algo máis que desoladora, paisaxe de deserto, casas débiles e de madeira, incendios frecuentes causados polo gas que viña directamente dos campos de petróleo...». Francisco no dejó muchas pistas de su vida, por lo menos a nuestro alcance. Aún mejorando las condiciones climáticas con relación a su destino anterior, trasladándose a Hurlingham pensaban descansar, pasear, caminar, hablar, pero las horas del reloj de la vida estaban agotándose, acabándose la carretera: la muerte hizo acto de presencia 3 años después, el 30 de noviembre de 1954 cuando Francisco tenía 68 años. Y, Carmen, poco más de 3 años después, en junio de 1958, falleció a los 60. Esta es, en buena medida y sobre todo, la historia de un emigrante corcubionés, una metáfora de la emigración al Nuevo Mundo, un grano de arena más que forma parte de esa larga y extensa historia de la emigración de la Costa da Morte que nunca atinamos a recuperar literariamente. Un corcubionés de la diáspora que, como otras decenas de miles de gallegos más, sufrieron el espejismo del dinero fácil de las Américas, ilusiones que luego los años y la realidad vinieron a borrar en la mayoría de los casos. Al fallecer las hermanas de Francisco residentes en Corcubión, la casa de los Porrúa fue puesta a la venta, desapareciendo con ellas un apellido histórico del pueblo. Y, es que, con el tiempo todo se va, y con él se fue de esta villa uno de sus muchos y nobles apellidos. Y estas crónicas en La Voz de Galicia son los hilos del pasado que los une a las generaciones actuales.