Comodoro Ribadavia, un destino y tres hijos más

Luis Lamela CARBALLO / LA VOZ

CORCUBIÓN

De este viaje a su pueblo quedan algunas viejas y borrosas fotografías que el propio Francisco Porrúa sacó, publicadas algunos años más tarde en la revista Alborada, de Buenos Aires

31 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

De este viaje a su pueblo quedan algunas viejas y borrosas fotografías que el propio Francisco Porrúa sacó, publicadas algunos años más tarde en la revista Alborada, de Buenos Aires, portavoz de la Asociación ABC del Partido Judicial de Corcubión, en la Argentina, perpetuando con ellas su estancia. Son unas imágenes que funden tiempo y espacio más allá de su realidad, y que, con la mirada subjetiva del fotógrafo, me llevaron a interesarme por este personaje hasta aquel momento ignorado para mí. En fin, que por sus fotografías se asomó su pasado para vivir esta nueva etapa de memoria.

En aquel tiempo suyo, los parámetros de su vida cambiaron totalmente al contraer matrimonio. Después de algún tiempo navegando, Francisco quiso llevar a su familia para la Argentina con el objetivo de participar en la educación de sus hijos, pasear con ellos de la mano en los días soleados y acompañarles en su construcción emocional. Esto le empujó a dar un golpe de timón, solicitando el desembarque y un destino en tierra, tal como el cargo de Agente Marítimo de la empresa naviera, petición que fue aceptada. Lo destinaron a Comodoro Rivadavia, la zona petrolífera de la Patagonia argentina, un paisaje batido por el viento y el mar en donde botó el ancla de su vida, condición sine qua non para traer de España a su familia.

Trabajo en tierra

Francisco quiso crear un hogar feliz y lo vinculó con un trabajo en tierra, aunque la estación de destino en Comodoro no era apetecible ni envidiable. Era una pequeña ciudad nacida veinte años atrás a raíz de la explotación de petroleo, un paisaje de invierno casi sin frontera entre el día y la noche, con tiempos de luz menguante, un espacio aún no domesticado del todo y con muchas dentelladas del viento. Aquel era, sin duda, un mundo completamente distinto al que había dejado atrás, pero, en todo caso, es el marco donde situamos esta historia. En su nuevo trabajo también existía el vínculo del mar. La responsabilidad del Agente Marítimo era atender el buque de la compañía que atracase en Comodoro, desde su entrada hasta el despacho de salida, así como del papeleo en la Prefectura, en la Aduana (aquellos buques solían ir a Punta Arenas, Chile), en la autoridad sanitaria... Además concertaba y expedía pasajes, recibía la carga, preparaba los despachos, aprovisionaba los buques en sus posibles necesidades, asistía al pasaje en su embarque o desembarque... Todo un puzle de actividades que debía recomponer como un rompecabezas, casando una eficaz gestión con una dedicación incondicional, dirigiendo sus máximas energías y acoplándose al mismo como un guante.

Llega de su mujer e hijo

A Comodoro arribó en 1924 de Corcubión la esposa de Francisco, su hijo Paquito de año y medio de edad y una joven corcubionesa que le atendía y realizaba labores domésticas, Manuelita Tita Lorenzo Rivera (que se acabaría casando en Argentina con otro corcubionés, José Martín Tarrela). Aquel de la Patagonia argentina parecía un paraje hostil cuando llegaron, apreciando una ciudad medio desierta y desdibujada, de inviernos duros y vientos continuos, esperándoles una casa de madera pintada de blanco frente al mar y con grandes ventanales de madera y cristales, avejentada por la salitre y el tiempo. Vivir allí era como vivir en una noche polar del alma, en un mundo lleno de sombras y silencio, durando mucho más los años de lo que lo hacían en su Corcubión natal, viviendo a pie de obra en un invierno repetitivo y casi sin consuelo, con momentos inhóspitos y de desánimo, con frío y a veces desaliento. No obstante, el matrimonio cultivó allí plantando semillas y esperó a que los frutos aflorasen: nacieron tres hijos más, enraizando las primeras raíces argentinas: Manuel, el 26 de febrero de 1925; Jesús Benigno, el 12 de abril de 1926 y María del Carmen, el 5 de junio de 1935.

Mientras tanto, en el desempeño de su cargo Porrúa Figueroa favorecía a numerosos vecinos de Fisterra y de Corcubión embarcándoles en los barcos de la compañía de la que ostentaba el cargo de Agente Marítimo, así como para las labores y tareas de carga y descarga portuarias. En septiembre de 1927 fue designado representante y delegado, tanto de la revista Alborada, como de la Asociación ABC de Corcubión, en Buenos Aires, para el área de Comodoro Rivadavia, localidad en la que residían un buen número de compatriotas de la Costa da Morte, fisterráns preferentemente, destinos en los que la mano de Francisco Porrúa fue decisiva para navegar como tripulantes, cercanía que aprovechaba para hacerles socios de la asociación citada.