La plaza que los vecinos no entienden

Rosa Estévez
rosa estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

Martina Miser

En San José, el vecindario echa chispas con el acabado de xabre con cemento elegido para el suelo; el lunes se reunirán con el Concello para pedir mejoras

14 ene 2024 . Actualizado a las 11:12 h.

A las puertas de la Navidad, los vecinos del entorno de la capilla de San José (Vilagarcía) se quedaron estupefactos al comprobar que el solado de la plaza recién creada alrededor del templo no era de hormigón, sino de una especie de tierra pisada. Su sorpresa dio paso a la indignación: «Basta rascar un poco con el pie y ya se levanta todo», decían. Desde el Concello se les pidió calma: Ravella informó de que el material empleado para rellenar buena parte de la nueva plazoleta —hay un eje central de hormigón que conduce a la puerta de la capilla— es xabre con cemento. «Precisamente se se utiliza ese material porque es permeable, no como el hormigón, con lo que el agua filtra y no queda en superficie», señalaban desde el ayuntamiento. «Al llevar parte de cemento, aporta resistencia y evita deformaciones y creación de posibles baches. Es decir, que es el mejor material para evitar encharcamiento», explicaban desde Ravella.

«No nos pueden decir que no se van a hacer charcos, porque ya ha llovido y ya los hemos visto. Y que el suelo no es liso ya se puede comprobar ahora», explica una de las personas afectadas por la obra. De esa realidad hablarán el lunes con la concejala Paola María, responsable de Urbanismo. «A ver qué nos explica de qué ha pasado aquí, por qué se ha elegido ese material para esta plaza. Si tan bueno es, es raro que no lo hayan usado en el centro», dicen desde San José, desde donde aseguran no entender las decisiones tomadas.

El remate de las obras con un material que el vecindario considera poco adecuado supuso una especie de frustración colectiva nacida de un proyecto que la mayoría del barrio desconocía. «Sabíamos que se iba a hacer una plazoleta, pero poco más», explican. Teniendo en cuenta el estado en el que se encontraba ese entorno, para la mayoría cualquier mejora iba a ser bienvenida. «Pero esto... No», dice una vecina mientras arrastra su carrito de la compra.

Durante los meses que duró la obra, dicen los vecinos, la única información que recibieron fue la cazada al vuelo en conversaciones con los obreros que trabajaban para las distintas empresas vinculadas a la promoción de edificios de Villa Güimil. El convenio que permitía el desarrollo de los nuevos edificios exigía a la empresa que asumiese el reto humanizar San José y restaurar la vieja mansión indiana que se desmorona al inicio de Rosalía de Castro. Los trabajadores aseguraron a los vecinos que el proyecto para la plazoleta había variado en numerosas ocasiones. No se modificaba el grueso del mismo: se eliminaba el tráfico por el lado izquierdo de la capilla, humanizando la cruel configuración que se le dio a la zona en su día: los edificios, literalmente, se abalanzan sobre el pequeño templo, dejando un angosto paso entre las fachadas. Las paredes de la capilla, melladas a base de golpes y choques, dan testimonio de ello.

Esa configuración se mantuvo pero «primero había árboles, luego no, luego parece que vuelve a haberlos...». Y lo que es más importante, «según nos dijeron, la empresa siempre había previsto completar la plaza con hormigón», así que entienden que fue decisión del Concello el cambio de material. Un cambio que podrían haber entendido si «en vez de poner ese pasillo de hormigón en el centro, llevando a una iglesia que no tiene actividad ninguna desde hace cuatro años, lo hubiesen puesto pegado a los portales y a las fachadas», creando una zona de paso por donde antes discurría la acera.

No ha sido así, y cuando se cruzan, los vecinos se quejan del polvo y la tierra que llevan a casa cada vez que salen a la calle, se quejan de los charcos que ya aseguran haber visto formarse y vaticinan las nubes de polvo que se van a levantar en la zona durante el verano. «Gente que trabaja en la construcción ya nos dijeron que esto no lo querían ni de broma en la puerta de su casa. Pues nosotros tampoco», dicen.