No vamos a hablar de amor, o de desamor en este caso, pese a que el tiempo invite a montarnos un Adán y Eva arousano y bañarnos desnudos en el Umia. Hablamos de calabazas, sí, pero de las dulces calabazas. Las extraordinarias calabazas que florecen en el huerto que Luis Señoráns tiene en el lugar de A Manca, en András.
El de Luis es un huerto extraordinario. Allí crecen a un ritmo vertiginoso no menos de cuatro decenas de espectaculares calabazas, que harían las delicias de José Luis Cuerda. Medran a su libre albedrío, como debe ser, y tienen ya un tamaño más que respetable. Luis explica el secreto: «Teñen todo para elas», explica, Cuando se refiere a todo, habla de la leira -no es un bancal, que tampoco vamos a seguir el guion al cien por cien- en la que el año pasado reinaba el millo y en este lo hacen los calacús. La otra clave es el agua. «Teñen toda a que queren»,insiste el propietario, que dice que si hay que regar, se riega. El abono, «esterco de ovella e de coello», y también se ve alguna concha de mejillón por los lados. El sol también las acompaña. Y estos días con mucha fuerza.
Al huerto de Luis no es fácil llegar Al menos no es fácil para el que desconoce la zona, pero por allí pasa alguna ruta de esta que hacen los runners y asegura Luis que más de uno se ha parado a observar el esplendor que florece en esa hierba. En realidad, sorprende, tanto su tamaño, como la notable cantidad de calabazas que allí crecen.
Cometimos un fallo. Uno al menos que sepamos. No le preguntamos a Luis cuánto pueden llegar a pesar las más grandes. Una cosa, sin embargo, se puede decir para describir lo visto allí. A la mayoría era más fácil saltarlas que rodearlas.
Y tanta calabaza, ¿para qué?, preguntamos a Luis. Él dice que para dar de comer a los animales que cuida, que «as galiñas comen nelas moi ben cando están abertas» pero también, lógicamente, para hacerse unas chulas. Ahí, la que manda es la mujer de Luis, María Luisa. Y a él se le ponen los ojos golosos cuando habla de esas chulas.
Apunta Luis que en un mes las calabazas estarán listas para recoger y empezar a degustarlas. Hasta entonces tienen todavía tiempo para seguir creciendo. Y para seguir formando esa preciosa estampa de formas y colores que hacen las delicias de los que por allí pasan y que, por supuesto, llenan de orgullo a Luis Señoráns, el necesario propietario de las contingentes calabazas de András. ¿Leerá a Faulkner?