Cifras y letras

Miguel A. Murado

INTERNACIONAL

01 ago 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

En la guerra, las cifras no lo dicen todo. El que este mes de julio haya sido el de más mortalidad de soldados norteamericanos en Afganistán desde el 2001 no es en sí una prueba de que la guerra les vaya mal. En todo caso, se trata de unas pocas decenas de bajas que, como sucede con las estadísticas de accidentes de tráfico, no permiten comparaciones significativas mes a mes. La cifra podría entenderse incluso como la consecuencia de una mayor actividad militar, exitosa o no.

De hecho, así es. En febrero comenzó la ofensiva Moshtarak en la provincia de Helmand. Hay que hacer memoria: entonces se describió como la mayor operación militar desde la invasión del país hace nueve años. Ahora ya nadie lo dice, pero entonces se planteó como el ser o no ser de la coalición en Afganistán. Era la ofensiva para terminar con todas las ofensivas, el pulso final que doblegaría a los talibanes, la prueba de fuego para el Ejército afgano... Ya nadie lo dice porque la ofensiva ha sido un fracaso, y esto sí es significativo.

También lo es que esta noticia importante haya quedado oscurecida por la polémica en torno a la filtración masiva de documentos secretos al diario digital Wikileaks. Igual que las cifras, tampoco las letras lo dicen todo. Estos documentos no contienen realmente nada que no fuese conocido ya o que resulte sorprendente. Tan solo muestran con un nivel de detalle extraordinario las torpezas, los errores e incluso los crímenes que cometen, inevitablemente, todos los ejércitos en situaciones de guerra.

Su lectura es devastadora fundamentalmente por otro motivo: porque en ellos se percibe con claridad que tanto el alto mando de la coalición como sus oficiales en el terreno han dejado de creer en la posibilidad de una victoria y se limitan a gestionar la logística de una larga retirada no declarada. La revelación más escandalosa (aunque tampoco desconocida ni sorprendente) va en el mismo sentido: Pakistán no ha dejado de mantener contactos con los talibanes, e incluso de apoyarlos.

La lógica es evidente. Los paquistaníes saben que la coalición se irá a casa y los talibanes son la fuerza con la que hay que contar en el futuro de un país que es su vecino. Es natural que Pakistán, que entrenó a los talibanes hace años, confíe más en sus buenas relaciones con ellos que en la posibilidad, ahora inimaginable, de que sean derrotados. Estados Unidos lo sabe, e incluso lo acepta ya, lo que equivale a un reconocimiento implícito de que la cosa ya no tiene remedio.