La proisraelí Hillary Clinton está «desaparecida», y en Israel empieza a cundir el pánico, porque Estados Unidos parece dispuesto a tratarlo como un simple aliado
10 may 2009 . Actualizado a las 02:00 h.Quien piense que Hillary Clinton ya no es la secretaria de Estado de EE.UU. está disculpado. La, en teoría, máxima responsable de la diplomacia norteamericana se encuentra desaparecida desde hace tiempo, y si hasta ahora ello se achacaba a sus dificultades en hacerse con el puesto, muchos empiezan a pensar que Barack Obama ha optado simplemente por marginarla. El resultado: las cosas empiezan a ir mejor.
El caso más notorio es la diplomacia de Oriente Medio, donde las ausencias de Hillary son directamente proporcionales a los progresos. Para sorpresa de muchos, no fue ella sino el vicepresidente Biden quien se encargó de hablar ante la asamblea anual de AIPAC (el tuétano del lobby proisraelí en Estados Unidos). «No les va a gustar nada lo que tengo que contarles», dijo, a lo que siguió lo más cercano a un rapapolvo que los proisraelíes hayan oyendo en boca de un vicepresidente en años.
También se mantuvo alejada a Hillary durante la visita de Simón Peres. El presidente israelí, embarcado en una campaña de lavado de imagen del nuevo Gobierno de extrema derecha de su país, también tuvo que oír cosas que no le gustaron, entre ellas a un alto responsable norteamericano pidiendo a Israel que firme el Tratado de No Proliferación Nuclear, lo que significaría nada menos que deshacerse de sus armas nucleares. A Peres le habrá dolido especialmente, porque fue este premio Nobel de la Paz el que creó, en su lejana juventud, el programa israelí de armas de destrucción masiva. En general, en Israel empieza a cundir el pánico, porque EE.?UU. parece dispuesto a tratarlo como un simple aliado. Y aún falta la visita, el día 18, del primer ministro Netanyahu, en la que podía agravarse la evidente falta de sintonía que existe entre Washington y Tel Aviv.
Estrategia de Obama
Lo que importa es que la estrategia de Obama empieza a tomar forma: presionar a Israel (aunque sea de momento en dosis homeopáticas) para que retome lo que se llama exageradamente «el proceso de paz» con los palestinos, congelar el conflicto con Irán en espera de acontecimientos y buscar un acercamiento a Siria mediante un uso moderado del palo y la zanahoria. Con esto, Washington lograría dar algo de estabilidad a la región en vísperas de la problemática retirada de Irak. Está claro que Hillary, demasiado relacionada con el lobby proisraelí, es un estorbo para esta estrategia, por lo que Obama la ha puesto «bajo vigilancia». Y no es una exageración. Cada diplomático que envía ella, se ve acompañado forzosamente por un hombre de NSC (Consejo de Seguridad Nacional); es decir, un hombre de Obama. Así, Jeffrey Feltman tuvo que llevarse a Damasco a Daniel Shapiro y Dennis Ross no pudo viajar a Egipto y al golfo Pérsico más que a la sombra de Puneet Talwar. Los codazos a Clinton son tan notorios que la Casa Blanca ha tenido que emitir un comunicado desmintiendo que se le hubiese prohibido aparecer en televisión.
Pero ¿funcionará esta estrategia? Para ello habría que revertir muchas inercias. Israel no dará su brazo a torcer fácilmente y puede utilizar su influencia en el Capitolio para hacer mucho daño a Obama. Que es exactamente lo mismo que se puede decir de Hillary Clinton. Siria, de momento, no se cree las promesas de Obama y este le ha prolongado las sanciones. Irán parece que volverá a elegir a Mahmud Ahmadineyad en las próximas elecciones, en vista de la división de los reformistas, y en Irak la «pacificación» de los últimos meses se ha revelado un espejismo. Pero hay algo nuevo: las cosas van lentas, pero al menos van en otra dirección.