La solución final a la inmigración

Juan Oliver

INTERNACIONAL

Médicos sin Fronteras deja los centros de reclusión de Malta por el trato inhumano que sufren miles de hombres, mujeres y niños

19 abr 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

El Museo de la Deportación y la Resistencia Judía va a abrir mañana en Malinas (Bélgica) una muestra sobre los horrores de Auschwitz. Los campos de concentración nazis son un tema muy recurrente para montar exposiciones en Europa y, como es natural, las autoridades no olvidarán en sus discursos el unánime deseo de que nada semejante vuelva a suceder. Aunque tal vez llegan tarde.

Médicos sin Fronteras (MSF) ha anunciado que suspende su trabajo en los centros de reclusión de inmigrantes de Malta, porque, según sus responsables, la situación que sufren más de 2.700 personas, hacinadas en jaulas insalubres, sin apenas cuidados médicos y sometidos a una sorda violencia física y psicológica, es tan inhumana que hace inútil la labor de los voluntarios. No son campos de exterminio, pero quienes los conocen vuelven aterrados.

«¿Una cárcel? Las condiciones allí son mucho peores que en cualquier prisión», narra la doctora Philippa Farrugia tras la presentación la semana pasada en Bruselas de un informe que describe las instalaciones de Safi, Lyster Barracks y Ta'Kandja. Se puede leer en inglés en la web de la organización (www.msf.org): celdas húmedas y heladas en las que malviven hombres, mujeres y niños, y donde ni siquiera las embarazadas tienen garantizado un colchón para dormir; bebés sin comida vestidos con míseros pañales hechos de jirones de ropa usada; suelos apestosos inundados de aguas fecales sobre los que los vigilantes dejan el rancho, como si estuvieran alimentando al ganado.

Epidemias

Según MSF, las epidemias se propagan en pocos días porque los fármacos tardan semanas en llegar, y porque es frecuente que se recluya a internos sanos junto a los enfermos infecciosos. Para los tres centros hay dos médicos y dos enfermeras, y en algunos pabellones solo funciona una ducha de agua fría para más de cien personas. En otros, apenas hay 2,7 metros cuadrados de espacio vital por recluso.

La ley maltesa permite retener a los indocumentados año y medio, a pesar de que la mayoría son demandantes de asilo cuyo único crimen es huir del holocausto de países como Somalia, Eritrea, Etiopía y Sudán. Según las normas de la UE, y según las más elementales reglas de la supervivencia humana, su éxodo está más que justificado. Pero la inmigración africana hacia Malta se ha disparado en los últimos años, y el Gobierno, desbordado, tal vez ha pensado que la solución final consiste en utilizar las terribles condiciones de los centros como medida disuasoria.

«Nunca pensé que en Europa también me iban a encarcelar», narra un somalí que arribó a Malta tras una trágica epopeya, en la que vio morir a amigos, compañeros y familiares. De sed en el desierto, de hambre en la patera y quitándose la vida en las cárceles libias, incapaces de soportar abusos y torturas.

Esas espeluznantes experiencias pueden dejar serias secuelas psíquicas. Pero según MSF, en los centros malteses se multiplica la posibilidad de contraer patologías mentales: depresión, ansiedad, síndrome de estrés postraumático, disfunciones psicosomáticas.... Han registrado testimonios de inmigrantes que intentaron suicidarse, como el de un adolescente somalí de 14 años que, tras cinco meses de cautiverio, quiso colgarse en la celda que compartía con dos adultos que lo maltrataban. O el de una joven que escapó de Eritrea tras perder a su familia en la guerra, y que pasó dos años esclavizada y sometida a violaciones en una prisión libia. Cuando vio que el infierno no terminaba en Europa, también trató de ahorcarse.

Celdas de castigo

Otros detenidos se aferran a la vida, como el ghanés que fue recluido una semana bajo llave en una celda de castigo, sin letrina y rodeado de excrementos, porque se quedó dormido a la hora del recuento. O el niño etíope de nueve años ingresado en el hospital con una grave afección pulmonar, y que contó que solo lo dejaban salir al patio del centro de reclusión media hora a la semana. O la embarazada somalí que tras dar a luz y pasar cinco semanas detenida, tuvo que elegir entre salir libre con su bebé o quedarse con su otra hija.

Mañana, en Malinas, los supervivientes de Auschwitz contarán otra vez historias de familias separadas a la fuerza, de niños desnutridos, enfermos y abandonados a su suerte, de adultos que se volvieron locos para siempre, incapaces de entender el trato inhumano de sus congéneres. Nunca está de más recordarlo, aunque está demostrado que la memoria no es antídoto suficiente contra el horror.