Una noche en la rueda portuguesa

María R. Capón LUGO/LA VOZ.

LUGO

Una periodista de La Voz, invitada a apostar 10.000 euros, cuenta su viaje una noche al sur de Braga, en donde se encontró con numerosos jugadores lucenses

02 oct 2010 . Actualizado a las 19:08 h.

Hacía meses que una amiga de infancia que vive en la localidad lucense de Becerreá me tentaba para asistir a uno de los encuentros de la rueda portuguesa. Tras mis primeras negativas, finalmente mi amiga María (el nombre es supuesto, porque en su pueblo de Becerreá la reconocerían) me pidió que fuese de visita una noche de jueves a Portugal. «Ti vés con nós invitada, como fai todo o mundo, para que coñezas o negocio». Así que me dispuse con cierta curiosidad a emprender mi viaje portugués.

A las cuatro, en un bar

El día fijado, un jueves de hace pocas semanas, me citaron María y su marido en un bar de las afueras de Lugo. Viajé desde mi casa de A Coruña y allí estuve a las cuatro de la tarde, y para mi sorpresa, me encontré con otras personas que acudían a la misma cita. Partimos hacia Ourense. Formábamos una caravana de cuatro coches y en cada uno viajaban cuatro personas, pero en el nuestro, solo María, su marido y yo. Durante el viaje me explicaron que buena parte de las personas que viajaban eran de Becerreá como ellos, y otros de Lugo. Durante el camino no dejé de preguntar sobre el sistema y las posibilidades de ganancia o de pérdida, y en la legalidad del asunto. Llegué a la conclusión de que es legal regalarle 10.000 euros a un amigo, sin justificante alguno. También puede ser legal que otros amigos te vayan regalando luego partidas de 10.000 euros hasta completar los 80.000, y que probablemente la única ilegalidad sea no declarar esa ganancia de juego.

En Portugal, una caravana

Tras pasar la frontera y reunirnos con otros coches en un lugar previamente determinado, formamos una caravana de ocho vehículos españoles que llamaba la atención de los automovilistas portugueses. Tras tres horas de viaje, llegamos a una especie de salón de bodas o convenciones en una zona rural varios kilómetros al sur de Braga cuando estaba a punto de anochecer. El marido de María había recibido en aquella parada un papel en el que venía la dirección exacta, porque hasta entonces no sabían a donde nos dirigíamos. Son las precauciones del negocio. Poco a poco fueron llegando coches y coches al amplio aparcamiento, en el que no había nadie más que nosotros. El local estaba cerrado. Todos fuimos bajando de los coches y poco antes de las nueve y media -la hora fijada- formábamos una marabunta que yo calculé cercana a las 500 personas. María me explicó que casi la décima parte eran de Becerreá, y el resto en su mayoría de Lugo, y algunos de Ourense y portugueses. También me pidió que dejase el móvil en el coche, porque en las reuniones está prohibido utilizarlo. (Las fotos son comprometedoras).

Empieza el argumentario

Allí, durante la espera, pudimos distinguir perfectamente quienes éramos primerizos -como yo- y quienes llevan la voz cantante y tenían a otros involucrados en sus ruedas. «¿É a primeira vez que vés?», me espetó en perfecto gallego de Lugo una mujer que había saludado previamente a mi anfitriona. La respuesta era obvia, porque seguramente mi cara de asombro me delataba. Tras mi respuesta positiva, me advirtió, o casi me amenazó: «Tú xa entrache. Cando vexas o que vas ver aí dentro, méteste de cabeza. Vai buscando os cartos».

El convencimiento de aquella mujer, casi religioso, me pareció cercano al fanatismo. Pero entonces el corro se fue agrandando. Se sumaron uno, otro y aún otra. Y empezó el bombardeo: «¿pero no conoces a nadie todavía que hubiese ganado los 80.000 euros?. Pues hoy verás a varios llevárselo». Y luego: «Aquí no se engaña a nadie, verás el dinero a la vista de todos, con confianza. Porque esto funciona por la amistad y la confianza en el compañero... Claro que hay riesgo, pero ¿qué negocio no tiene riesgo cuando puedes ganar tanto en menos de un año?...». Y así numerosos argumentos motivadores, hasta que por fin se abrieron las puertas y entramos al ansiado salón. Casi 200 sillas orientadas hacia una mesa en la que había una máquina eléctrica de contar billetes, similar a una impresora de sobremesa. Pasado un rato de charlas, corrillos, saludos y preparativos, se hizo el silencio. Doscientos estábamos sentados y caso otros tantos de pie. Una quincena de personas -casi todas de Lugo por lo que me cuenta María- se pone de pie detrás de la mesa y la máquina de contar billetes. Un portugués de unos 40 años se pone al frente y toma la palabra. Sin micrófono alguno, comienza a hablar: «Muchas jracias pela asistencia.... O primeiro de tudo, xa saben que os telefonos celulares están prohibidos....» y advierte que si alguien no lo dejó en el coche, ya puede salir de la sala inmediatamente. Como nadie se levanta, comienza con el discurso sobre lo que es la rueda portuguesa. Primero motivador: «Aquí están los que quieren.... esto es para ganar dinero, a lo mejor no lo consiguen todos, sino solo los que pongan más ganas... es un negocio legal, muy rentable... hay gente que ha cobrado en pocos meses... pero aunque llevase un año ... 80.000 euros es un buen sueldo anual...». Su discurso está perfectamente preparado y resulta convincente a pesar del idioma luso-galaico en que se expresa. Cierra el capítulo de motivación y pasa a la parte técnica. Un ayudante le sujeta una pizarra en la que tiene dibujados los cuatro círculos concéntricos de la rueda y explica -a los que vienen por primera vez- el funcionamiento del sistema. Luego advierte que su papel en la reunión es la de ser moderador y de realizar los preparativos: buscar el salón y contratar la cena. Dice que él no se lleva casi nada de ese trabajo, y sus ganancias están realmente en jugar a la rueda, como uno más de los allí presentes. Tras los 20 minutos de ponencia da por finalizadas sus palabras y entramos en faena.

¡A jugar!

Se aproxima a la mesa uno de los quince que permanecen de pie en la presidencia y comienza a leer en un folio en gallego: «Vou cantar a roda de Nelson. No 15 Nelson, no 14 Roca, no 13 Flor, no 12 Tico, no 11 Tato, no 10 Gato, no 9 Panoramix, no 8 Peluco, e no número sete temos hoxe unha entrada: Tron. ¿Está Tron na sala?». (Los nombres no corresponden a la realidad, pero podrían serlo, porque son palabras escogidas al azar por cada participante para no aparecer con su nombre). Entonces se levanta en la sala una persona, que podría ser Tron, -o un amigo que pone la cara por él- se aproxima a la mesa entre aplausos, y saca un sobre con un fajo de billetes que entrega al portugués.

La máquina de contar billetes

Entonces el portugués pone el fajo en la máquina contadora de billetes que preside la reunión. Con aire impasible aprieta el botón y ... ra-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... El ruido de los billetes hace el silencio absoluto en la sala, que semeja un templo con el dios-máquina en medio y los fieles en trance. La moderna Olivetti certifica los 10.000 euros y el portugués le entrega el fajo directamente al lucense que estaba cantando la rueda. Es decir, al que está en el centro de la rueda Nelson, que es quien se lleva el dinero de los que entran en ella. Más aplausos.

El procedimiento se repite así durante más de una hora y media y llegan a pasar por la mesa sesenta personas. Por tanto la máquina cuenta esa noche 600.000 euros, que se llevan en mayor o menor medida las quince personas que son centro de rueda y que van subiendo a la palestra a cantar las entradas de un nuevo miembro, del cual recogen el dinero. Alguno se llevó esa noche 60.000 euros, de diez nuevos adeptos que entraron en su rueda. La cara de muchos asistentes era un auténtico poema ante la montaña de billetes al lado de la Olivetti, que echaba humo. Una vez que quien está en el centro de la rueda cobra los 80.000 euros tiene que abandonarla, aunque puede volver a jugar en otras.

Y cena para terminar

Cuando todos los nuevos jugadores pasaron por la mesa y entregaron su fajo, el conductor del acto lo despidió. Pasamos a otro salón, en donde cenamos los 400 asistentes. Al parecer pagan quienes han cobrado esa noche. Se comentan las jugadas, se dan ánimos mutuamlente y se fortalecer los lazos.

Las tres horas de viaje de vuelta enfrían lo suficiente la cabeza y apagan las chirivitas de los billetes en los ojos. Y así hasta el próximo jueves, mientras el juego aguante. ¿Hasta cuándo?