Los últimos techadores de las pallozas galaicas

Fernanda Follana OS ANCARES |

PONTEVEDRA CIUDAD

Un ancarés viaja por la Prehistoria de Galicia poniendo cubiertas de paja en Santa Tegra, Vigo y Campo Lameiro

09 may 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

En la sierra galaico-leonesa de Os Ancares, el país por excelencia de las pallozas, sobran los dedos de una mano para contar a los últimos techadores de Galicia, un oficio milenario, probablemente tan antiguo como la propia construcción en nuestra comunidad. Manuel Monteserín, Chis, lo aprendió por necesidad hace diez años, cuando tenía que poner la cubierta de paja a su hórreo, en la aldea de Balboa, en la vertiente leonesa de Os Ancares.

«El techador solo me podía venir dos días, así que me fijé en cómo lo hacía y luego seguí yo mismo», recuerda. En un esfuerzo autodidacta, Chis pasó de aprendiz a maestro «echando una mano a algunos vecinos», dice, y techando la palloza de nueva construcción que levantó junto al hórreo, donde regenta un bar-concierto.

No se imaginaba entonces que comenzaba un oficio que hoy le lleva a viajar por la Prehistoria de Galicia: en la Citania de Santa Trega (A Guarda), en el Monte do Castro (Vigo); y en Campo Lameiro (Pontevedra), la capital gallega del arte rupestre, el techador ancarés ha dejado su firma poniendo cubierta a las pallozas que recrean construcciones de la época.

Arte y léxico en extinción

«De los mollos se hacen colmos y se van colocando en tiras [filas verticales de colmos superpuestos que se atan a la estructura de la palloza]. Las distintas tiras de colmos se atan entre sí con los bincallos, que se obtienen del mismo colmo»: el techador matiza que los mollos son haces de paja de centeno con grano, que hay que limpiar y sacarles la brea.

Además del arte, con este oficio antiguo y rural se pierde también el léxico. Chis apunta que beo se escribe con be y que es un aro de rama de uz para fijar bien la cubierta y evitar que la levante el aire. «Se pone sobre todo en las zonas de montaña, más expuestas al viento», añade.

El techo de paja dura unos diez años dependiendo del espesor de los colmos, que suelen ser de 40 o 50 centímetros, explica el techador, y las reparaciones se hacen por zonas: «Se quitan los colmos viejos y se colocan los nuevos, como poniendo parches».

Antaño se sembraba centeno por doquier, pero hoy la paja para techar llega principalmente de Astorga. «Hay que encargarla y no se consigue fuera de temporada», dice Chis, que explica que con la mecanización de la hierba cortada se hacen pacas y no se malla, por lo que resulta difícil conseguir paja para techos y la que llega viene en bruto.

La paja es quizás el primer material con propiedades impermeables que utilizaron nuestros antepasados gallegos. Además de los techos, confeccionaban con ella las carozas, una especie de chubasquero que puede verse en la palloza-museo Casa do Sesto, en O Piornedo, pero también a pocos kilómetros del mar, en un museo de Vilanova da Cerveira, en la orilla portuguesa del Miño. Allí está expuesta como indumentaria del recolector de mejillón.

En las pallozas de Campo Lameiro, construidas con adobe, a Chis le encargaron cubiertas de xestas. «Pueden verse en los teitos de Asturias», dice, mientras explica que las xestas son del entorno de Balboa.