Una sendero acondicionado recientemente permite ver de cerca la gran trampa medieval que se conserva cerca de la aldea de Monteagudo
05 jun 2010 . Actualizado a las 02:00 h.El municipio de O Incio cuenta desde hace poco tiempo con una nueva ruta que engrosa su interesante patrimonio monumental y etnográfico. Se trata de un itinerario que permite visitar el foxo de lobos de Monteagudo, una construcción que da testimonio de los métodos que se utilizaron durante siglos para controlar las poblaciones de esta especie cuando su sobreabundancia podía amenazar el pastoreo.
Durante mucho tiempo, esta singular construcción permaneció olvidada y cubierta por la maleza y su existencia solo fue conocida por los vecinos de la zona. En el año 2002 fue catalogada por la Dirección Xeral de Patrimonio, a raíz de un reportaje publicado por este periódico. El Ayuntamiento ordenó por entonces desbrozar la ladera en la que se encuentra, a fin de que se pudiese examinar su estructura y apreciar sus dimensiones. Pero la maleza volvió a ocultarlo y no fue hasta este año que el gobierno municipal consiguió el apoyo institucional necesario para habilitar un sendero de acceso y acondicionar el entorno, donde también se habilitó un mirador.
La estructura está formada por dos muros de piedra suelta en forma de uve que descienden por la empinada ladera del monte vecinal de San Pedro, en las cercanías de la aldea de Monteagudo. Los muros, de algo menos de doscientos metros de longitud y unos dos metros de altura, convergen en la parte baja de la ladera, en un punto donde se construyó una especie de pozo -fabricado con el mismo material que los muros-, en cuyo fondo se hincaban losas de pizarra dispuestas de forma vertical.
Las cuadrillas de vecinos que llevaban a cabo las batidas sirviéndose de esta trampa recorrían el monte haciendo todo el ruido que podían con el fin de ahuyentar a los lobos hasta acorralarlos en la zona situada entre los dos muros convergentes. Una vez encerrados en este espacio, los animales no tenían otra salida que correr monte abajo. Al llegar al extremo de los muros, se precipitaban en el pozo y sufrían una brutal caída sobre las aristas de pizarra. Los que no morían instantáneamente quedaban descalabrados a consecuencia de los golpes y no tardaban en ser rematados por los cazadores.
El pozo -que en realidad es el foxo propiamente dicho- tiene unos cuatro metros de diámetro y estaba rodeado de un muro circular de considerable altura. Esta parte de la estructura solo se conserva parcialmente -aunque todavía se ven los restos de las referidas losas de pizarra- y en la actualidad crece un árbol en su interior.
La primitiva trampa, según testimonios de algunos vecinos, aún fue utilizada algunas veces en las primeras décadas del siglo pasado. Como todas las construcciones de este tipo, cayó en desuso debido a la introducción de las armas de fuego, al descenso generalizado de las poblaciones de lobos y a la pérdida de importancia del pastoreo.