Iván Berral, el hombre que gritaba a las abejas

alejandro posilio MADRID / LA VOZ

GALICIA

El asesino de Rocío Piñeiro alteraba a sus vecinos por sus excentricidades

02 oct 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

«Era bastante raro. Lo normal cuando te cruzabas con él es que no saludara, pero otras veces lo hacía efusivamente. Unas veces, cuando se levantaba, subía y bajaba las persianas durante diez minutos sin sentido; otras, subía la música a tope y se ponía a cantar. Le he visto hablar solo en la piscina, y un día sacó una abeja del agua mientras le gritaba: No te preocupes, que yo te salvo».

La que habla es Ana, vecina del segundo piso del número 23 de la calle Dulce Chacón de Madrid, dos pisos por debajo del de Iván Berral Cid, el madrileño de 34 años que el jueves mató a la pontevedresa Rocío Piñeiro en una iglesia madrileña.

El asesino, según la policía, llevaba meses viviendo en la calle. Sin embargo, hace dos años se compró un piso de 80 metros cuadrados, cuyo coste supera los 500.000 euros, en Las Tablas, un nuevo barrio del norte de la capital, en una torre de 20 alturas y unas 140 viviendas, con piscina y pista de pádel. Durante este tiempo llamó la atención de sus vecinos, que ya estaban alertados sobre sus excentricidades.

«Yo le llamaba el loco, porque no actuaba normalmente. Una vez que estaba en la piscina cerca de él, y había poca gente, me llamó mi marido por teléfono y le comenté que estaba con el loco, que se reía y hablaba solo. Me pidió que volviera a casa por lo que pudiera pasar. Se lo recriminé y lo califiqué de pobrecillo. Y mira ahora», dice Ana.

Iván comenzó a ser conocido en la comunidad cuando la policía se lo llevó detenido hace un par de meses tras agredir a su pareja, una mujer colombiana en avanzado estado de gestación. Desde ese instante, los vecinos comenzaron a tenerle miedo. «Después le veíamos menos, pero de vez en cuando seguía dando grandes golpes a las paredes y fuertes gritos. Siempre iba bien vestido, pero ahí comenzó a descuidarse. Antes nadaba en la piscina y jugaba mucho al pádel, pero luego apenas lo hacía», puntualiza esta vecina.

Ana quiso aclarar que Raquel, la portera de la casa que limpiaba la vivienda de Iván, dejó de hacerlo porque la pareja del asesino le dijo muy preocupada que se había comprado una pistola. «Raquel me lo comentó y me señaló que ya no iba a volver a subir a su casa a limpiarla, porque tenía miedo», resalta esta joven inquilina, quien subraya: «Ayer [por el viernes] vi la vivienda y las paredes estaban llenas de boquetes. Y en una había un póster de la película de lucha y venganza Kill Bill». Era la única imagen que Berral, al que no se le conoce actividad profesional, tenía en el piso. «La portera me contó que la mujer le dijo que compró el piso con una herencia de la madre», indica Ana.

Pero Iván no ha sido siempre así. Su bajada a los infiernos se ha producido en los últimos años. Sus vecinos de la corrala de la calle García de Paredes, 11, le recuerdan con simpatía. «Era alegre, simpático, bastante guapo y presumido. Le gustaba arreglarse. No destacaba por meterse en jaleos ni nada parecido. A veces venía con amigos y celebraba una juerga, pero nunca destacó por ser agresivo», cuenta a La Voz Mercedes Torres, una anciana inválida de 71 años que vive en la casa anterior a la de Iván.

«Aquí era muy querido. Nació en esta casa y se cambió cuando murió su madre de cáncer. Al principio la tuvo vacía, pero después la alquiló a una familia brasileña. Cuando se fueron, Iván la puso en venta. A veces venía por aquí. La última vez, a finales del año pasado, lo hizo con su pareja y su pequeña hija. Fue cuando me dijo que iba a vender la casa», afirma Catalina, hermana de Mercedes y residente en otro apartamento de la corrala. Y no debió dejar mala sensación entre los vecinos, pues ayer se podía ver junto a la puerta de la que fue su residencia una vela y una nota en la que se leía: «Te queremos. Iván Berral, por siempre».

«La portera no le limpió más la casa porque Iván había comprado una pistola y le tenía miedo»

Ana