Pisadas prohibidas en Corrubedo

A. Varela RIBEIRA / LA VOZ

GALICIA

Muchos eluden la vigilancia y se exponen a una sanción económica

09 ago 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

La duna móvil de Corrubedo constituye uno de los mayores atractivos del parque natural de Ribeira. Es la más grande existente en el noroeste peninsular, con 1,2 kilómetros de longitud y quince metros de altura en sus puntos más elevados.

Durante años, la gran mole padeció innumerables agresiones que fueron minando su supervivencia. Desde hace unos años, subir a la duna no solo está prohibido, sino que también está sancionado con multas que oscilan entre los 600 y los 6.000 euros.

Sin embargo, en el coloso de arena no es infrecuente observar pisadas humanas. Está claro que, para algunos, el poder satisfacer sus caprichos personales se antepone a la protección de la naturaleza.

La reina del parque natural solo puede circundarse a través de una pasarela, antaño hubo hasta coches y motos que jugaban a deslizarse, por no hablar de quienes extrajeron toneladas y toneladas de arena de sus entrañas.

Control día y noche

La protección de este singular elemento es básica para la supervivencia de parte de la flora y la fauna que alberga el parque natural de Ribeira. Por eso, agentes de Conservación da Natureza, vigilantes y peones se encargan, las 24 horas, todos los días del año, de efectuar controles para que nadie se salga de la pasarela que ha sido construida con el objetivo de cuidar las dunas.

Un cartel de advertencia en el que se especifican las cuantías de las multas es el otro elemento disuasorio y, desde luego, más de un visitante, cuando ve las elevadas cifras, no duda en optar por la cautela, dar media vuelta y seguir el camino trazado.

Pero entre los visitantes no faltan los pillos, esos que se creen que son los más listos porque, mientras los guardias hacen las rondas, son capaces de burlar la vigilancia para poder contar después su gran hazaña, haber subido por la duna prohibida.

Las pisadas los delatan, porque la fina arena dunar conserva las huellas del delito y es testigo silencioso de un paso que pudo haberse ahorrado el que decidió arriesgarse.

Algunos llegan desde tierra y quieren sentir la sensación de escalar al coloso, de notar cómo sus pies luchan contra el viento y la resistencia que opone la arena. Otros llegan por mar hasta la playa y hacen el camino a la inversa, salen del mar para acabar sumergidos en la inmensidad arenosa de una duna que atrae a miles de visitantes.

Demasiado riesgo

Sea de un lado o de otro, la preciada duna conserva el rastro de quien no siguió el camino trazado, demasiado riesgo por el simple placer de escabullirse de la vigilancia. Menos mal que la mayoría prefieren acatar las normas, aunque sea por temor a una sanción.

Medio ambiente saltarse las normas a la torera