Dos miradas frente al fuego

Jorge Casanova
jorge casanova REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

En las aldeas que más y menos arden en Galicia el miedo es inversamente proporcional al número de siniestros

03 jul 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

«Para os pequenos non hai nada máis bonito de ver que o lume e a neve». Lo dice Antonio, un abuelo de 81 años que barre las calles en O Pereiro, una parroquia de A Mezquita (Ourense), donde a finales de marzo se declararon 16 incendios en menos de una semana. Antonio vive en uno de los templos del fuego, encajado de lleno en la parte inferior de la siniestra L que marca la huella histórica del fuego en Galicia. Antonio se lamenta de que haya tantos incendios, dice que es mejor desbrozar que quemar, pero se mueve por los lugares comunes de sus vecinos: la tradición del fuego como herramienta para regenerar pastos, desbrozar montes o lo que haga falta y, por supuesto, la ley del silencio: «Aínda que se saiba quen o fai, non se di. Se o dis, igual logo quéimanche a casa a ti».

A O Pereiro hemos llegado en una mañana seca y ventosa, desde O Tameirón, la parroquia que aquellos días de marzo batió récords: 21 focos en una semana. Estamos ahora en el concello de A Gudiña, 1.562 habitantes en 171 kilómetros cuadrados. Un concello vinculado a una carretera y a las cosas de la frontera: Zamora y Portugal. «¿Vinteún incendios? Non pode ser. ¿Non viu os cultivos de centeo ao chegar? ¿Quen ía a poñer o lume ao lado do centeo?». Sí que los vi, claro. Pequeñas fincas con el cereal alto, pidiendo guadaña, cerca de un pueblo grande, con plaza, cantina e iglesia. En la primera es donde un grupo de jubilados me quitan de la cabeza eso de los incendios: «Aquí non hai lume. Mire, este é un pobo con moito traballo. Unicamente aí atrás, que ardeu a serra. Iso si». El abuelo me lleva por una senda que desemboca en unas huertas y en la vista, franca, de una ladera arrasada. En la tertulia improvisada se dice que la actuación no fue muy eficaz, que se dejó que rebrotara... La verdad es que todos recuerdan helicópteros y hasta aviones peleando, pero... El caso es que la ladera, a finales de junio, ya empieza a tomar color. El año que viene estará otra vez llena de combustible.

¿Por qué?

La pregunta se impone en cada aldea. Surge pese al aburrimiento. La gente se encoge de hombros. ¿Regenerar pastos que la ley impide aprovechar en cinco años? «Ao meu avó baixoulle unha vez un helicóptero do Seprona e sancionárono», cuenta un joven en un bar de O Pereiro. El abuelo estaba pastoreando en una zona que había ardido pocos años atrás. «Tiñan que multar ao que queima, non ao pastor que vai a onde atopa os pastos».

En la búsqueda de motivos, todo resulta un poco inconsistente. Lo más plausible es la venganza contra el bicho, el jabalí, emperador de Galicia, que goza entre el maíz y las huertas y luego se refugia en el monte. No en el de Tabeirón, que ahora está pelado. La provocación del jabalí es permanente en todo el país, pero la tentación del fuego prende mejor en unos sitios que en otros.

«Es mejor que no venga»

Galicia de punta a punta. Dos días después estamos en Cerdido, en plena comarca de Ortegal, el mejor lugar que la naturaleza ideó para el eucalipto. «Es mejor que no venga», me dice la alcaldesa cuando le comento que en su concello nunca hay fuego. «Si va a salir eso otra vez en el periódico preferimos que no. Porque es que, cada vez que sale, tenemos un incendio al día siguiente».

Los vecinos de Cerdido (1.361 habitantes en 52,7 kilómetros) llevan más de treinta años organizados en servicios de vigilancia y extinción voluntarios. Ellos patrullan, de noche y de día, por las infinitas pistas que atraviesan el pequeño concello. Guardan su tesoro. Para casi nadie es su primera actividad, pero la industria maderera es el principal recurso económico de Cerdido. Y allí nadie quiere verlo arder. Así que la cantinela se repite. «No haga alardes, por favor. Que no parezca que nos estamos chuleando», pide Javier Guerrero, uno de los directivos de Promacer, la asociación local de productores de madera que es también la que se encarga de organizar los turnos de vigilancia.

La ecuación imposible

La discreción de los vecinos de Cerdido puede incluirse en la complicada ecuación del fuego en Galicia: allí donde mejor se protegen no quieren que se sepa porque temen que despierte al incendiario; el ejemplo, oculto para que perdure. Guerrero explica que hay más de 200 voluntarios este año para vigilar los montes. Lo hace al pie de la caseta de vigilancia en el coto da Ameneira. Desde allí, uno puede dar un giro de 360 grados y ver solo árboles y algunos pastos. No hay cortafuegos, la explotación del monte deja cuadrículas cortadas y replantadas y la extensa red de pistas ayuda a acceder y atacar los conatos. Pocos. «No hay árbol malo», dice Guerrero.

En la comarca de Viana sí hay cortafuegos. Frecuentes. En las zonas de pendiente, de noche y con viento, atacar un incendio es muy complicado. Tres ayuntamientos de esta comarca han estado ya por encima de los 25 siniestros en lo que va de año. En Vilavella, una parroquia de A Gudiña, se han registrado más de diez. «Ni idea», resume la recepcionista de un sorprendente hotel spa que aparece tras una curva. Si los hubo, ella no se enteró y los clientes, ni una queja. En una gasolinera cercana, el empleado también se revuelve: «¿Este ano? Imposible». Tras un poco de charla, el hombre hace memoria. «Dous pequenos... Si, aí riba houbo un... Non, dous. E un pouco máis adiante outro...». Mientras me cobra caen seis por allí cerca. Incendios que se han visto como quien ve llover, como algo ineludible y olvidable.

-¿Y usted lo hizo alguna vez?

El abuelo de O Pereiro, el que barría la calle con una xesta al principio del reportaje, no tarda nada en responder:

-Cando era novo, cantas veces non o faría. Antes queimaba todo o pobo.

El abuelo no es un incendiario. Antes se ha apoyado en un largo discurso contra el fuego. Pero sabe que todos los años arde. «Mire -dice señalando los bordes del camino-, está toda a herba seca, calquera día vai arder».

Los tiempos «da fouce»

«Eu non vou. Xa estiven outros anos, e non me gusta ir patrullando pola noite e pasar por diante da brigada da Xunta que está xogando ás cartas ou mirando a televisión». Nicasio tiene un bar en una parroquia de Cerdido y expone claramente su postura. No tiene monte, pero la parece que ya paga bastantes impuestos como para que la Administración se ocupe de la seguridad forestal. Cerca, una señora mayor atiende una panadería que mantiene a varias familias, algunos de cuyos miembros sí patrullan: «Aquí ardeu todo o concello, pero hai moitos anos. Dende entón os veciños vixían para que non pase».

-¿Se acuerda de aquellos incendios?

-Uh... Aínda se segaba o trigo coa fouce. ¿Sabe vostede o que é unha fouce?

La señora vive tranquila. De vez en cuando hay una alarma. Pero la vigilancia no solo es disuasoria, también supone una red de alerta muy rápida. Y sin embargo, es evidente que en Cerdido, donde el fuego no es más que un recuerdo, viven con mayor preocupación la amenaza que en A Gudiña, donde es tan sencillo encontrar gente incapaz de criminalizar a quien quema un monte para echar al jabalí. Otro dato para la ecuación imposible.