Una terapia con rejas verdes

Bea Abelairas
Bea Abelairas REDACCIÓN / LA VOZ

O PEREIRO DE AGUIAR

El penal de Pereiro de Aguiar desarrolla un programa pionero en el que presos enfermos mentales cultivan una huerta y cuidan animales

21 mar 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Todos los patios de la prisión ourensana de Pereiro de Aguiar tienen jardines y dos están repletos de animales: hay seis perros labradores, decenas de pájaros, tortugas, peces y algunos reclusos ya comienzan a proponer que los gatos serían igual de felices que los canarios, tan ajenos a las rejas que no paran de criar polluelos. El plan inicial de la dirección del penal solo contemplaba la presencia de dos canes para el módulo en el que se recuperan los toxicómanos y cuatro para el programa que siguen los enfermos mentales, pero los animales se han convertido en uno de los pilares de la atención a dolientes psíquicos.

«Tener que ocuparse de los perros les ayuda tanto que alguno ha cambiado radicalmente, de no hablar, de no querer ni levantarse a tener iniciativas propias», explica Jesús Ángel de José Vidal, Suso, el interno que coordina esta actividad y que para ello ha completado un curso sobre atención sanitaria y social. Es el único que no sufre problemas mentales, así que se encarga a diario de los animales, pero, antes, vigila muy de cerca a Eduardo, Pablo, David, Víctor, Manuel o Diego José, porque todos están aquejados de trastornos de la personalidad, del ánimo o de psicosis que los expertos aseguran que se llevan mucho peor en cautiverio. Por algo la «ley prevé que podamos excarcelarlos y, de hecho, lo hemos hecho en algún caso», apunta el responsable médico del penal.

«Cuando veo que llevan un calcetín de cada color o que caminan de una determinada forma ya sé que tienen un mal día y que no me puedo despreocupar de ellos», cuenta Suso en una sala muy cálida en la que resguardan decenas de jaulas con sus nidos. «Hablamos y nos responden, te lo voy a demostrar», dice y llama a un interno que cuenta con medio centenar de intentos de suicidio a sus espaldas y que se esmera hasta que el pajarito le replica: «Chiqui, Chiqui, qué dices hoy...».

Módulo de aislamiento

Los internos pasean, adiestran a los canes y a los pájaros, pero también se esmeran en una huerta que da tomates, pimientos y que tienen muy cuidada, al igual que los jardines. «Los espacios verdes como los que tenemos aquí son insólitos, donde te vas a encontrar con una cárcel con árboles en el patio de aislamiento», dice el director de tratamiento, que presume de que una vez vio a dos reclusos considerados muy peligrosos ingeniando una manera de ayudar a un abeto con la copa torcida. «Al principio se ponían reparos, que si en la tierra se podían esconder puñales fácilmente, que si no era seguro..., pero nuestro argumento es preguntarse qué da más tranquilidad: un preso conflictivo viendo un vergel o una pared de cemento», sentencia el director médico.

Los logros en los cultivos o los planes para crear una pajarera en la que vivirá hasta una codorniz solo son parte de un programa que incluye sesiones individuales con psicólogos, clases de pintura y un taller literario. «Podemos hacerlo porque el enfermero de la prisión, Antonio, se ha ofrecido voluntario», explica Carlota Díaz, la psicóloga encargada de las sesiones individuales con los presos. Antonio suma horas a su jornada laboral para enseñarles a pintar: «Empezamos coloreando y ahora ya copian láminas, ponemos música y estamos muy bien, la verdad», cuenta mientras muestra unos resultados que despiertan envidia a los no iniciados. «Yo este año quiero pintar y enviar a casa también los cuadros», dice Manuel, un hombre de 30 años, que acaba de tener un idílico permiso de seis días -es decir, sin sombras de brotes- con una chica con la que se casó en prisión: «Estuvimos tan bien en casa con nuestras cosas que no podíamos parar de llorar al despedirnos... yo quiero seguir así de bien».